A lo largo de nuestra historia hemos transitado por dos períodos a los hemos denominado edades oscuras, ambos han coincidido con el colapso de las dos grandes civilizaciones de la cultura occidental: la griega y la romana.

La primera Edad Oscura se produjo hacía el año 1200 a. C., cuando el mundo micénico se desplomó; con él desapareció durante cuatrocientos años cualquier vestigio de avance y registro del mismo. La llegada de los dorios a las costas griegas, como pueblo invasor, forzó ese cambio, hasta el año 800 a.C., en que Grecia renace con Homero.

La segunda Edad Oscura tuvo lugar con el colapso y desmembración del Imperio romano. La fechamos desde el año 410, con la caída de Roma, hasta la caída de Constantinopla en el 1453 a manos de los turcos otomanos, o hasta el descubrimiento de América en 1492. Mil años de aparente vacío que correspondieron con la Edad Media europea, tras el derrumbe de un imperio y el parón que eso supuso en el arte, las leyes, el comercio y la ciencia.

En estas dos primeras edades oscuras ha tenido mucho que ver la decadencia social y económica, por agotamiento, del modelo en vigor, ante la pujanza de nuevos pueblos, más ágiles y ambiciosos en sus conquistas y tecnológicamente más avanzados. Si bien, como aspectos positivos, en ambos casos los renacimientos brotaron con fuerza.

Vuelta a los años oscuros

Papiros de 3000 años de antigüedad hallados en Egipto y tablillas cuneiformes encontradas en Mesopotamia y datadas hace 2700 años constituyen nuestros vestigios escritos más antiguos. Tras nueve mil años de evolución humana, solo en fechas relativamente recientes hemos desarrollado la capacidad de la escritura. Y lo hemos hecho principalmente en tres soportes físicos: el papiro, el pergamino y el papel. Hace tan solo unos pocos años añadimos un cuarto soporte: el digital o magnético.

Ninguno de estos tres soportes es perfecto, todos acusan el paso del tiempo y se deterioran si las condiciones de uso y almacenamiento, temperatura y humedad no han sido las adecuadas. Esto hace que podamos perder el soporte y, por tanto, su contenido. Así ha sucedido a lo largo de la historia.

En 1995, Vinton Cerf, considerado uno de los padres de Internet y vicepresidente de Google, ya alertaba de una vuelta a estos años medievales oscuros. Antes que él, uno de los grandes escritores de ciencia-ficción y divulgador científico e histórico, Isaac Asimov, describía esa Edad Oscura futura en su trilogía La Fundación (1951-1953). Asimov, como buen conocedor de la historia, nos transporta a un futuro lejano en el que recrea una humanidad tecnológica y robotizada que puebla la galaxia, con un imperio en ruinas que nos recuerda mucho al romano. En ella se crean dos fundaciones o bibliotecas, una a la vista y la segunda oculta, con el doble objetivo de no perder el saber histórico acumulado y minimizar el impacto que traerá esa decadencia.

La nasa no puede recuperar la información generada hace 40 años en su proyecto viking

La edad digital

La tercera edad oscura se inicia en los años finales del siglo XX, en que esta nueva Edad Digital hace inaccesible el acceso a parte de la información. Estamos en ella y no vemos aún el final. Según IDC, la información que generamos en el mundo se duplica cada dos años. ¿De qué nos servirá haber creado los últimos avances tecnológicos, científicos, médicos, o grandes obras de literatura, música, cine, si no podemos ni siquiera acceder a ellos por no tener los medios para hacerlo? Tanto para Cerf como para Asimov, la solución pasaría por guardar en una nube, o biblioteca universal accesible a todos, las herramientas para poder acceder a los contenidos. Pero sabemos que muy pocas compañías duran más de cien años. Sólo 60 de las 500 empresas más grandes de Estados Unidos en 1955 siguen hoy en la lista Fortune; y la permanencia media de las empresas en el S&P 500 ha pasado de 33 a 18 años. Así pues, se puede dar la siguiente paradoja: que, pasados pocos años, las personas y empresas creadoras y desarrolladoras de ese hardware y software hayan desaparecido. De esta forma, surgen más preguntas: ¿quién se hace cargo de proporcionar el acceso a todo el conocimiento generado? ¿Puede un hardware o software durar ese tiempo con todas sus actualizaciones? Deberíamos trabajar para que así fuese. Pero en realidad no está garantizado.

Garantizar el acceso

Esto le ha sucedido a la NASA, que es incapaz de recuperar la ingente cantidad de información que generó el proyecto Viking, con el que envió dos sondas a Marte en 1975. ¿Quién no tiene disquetes, casetes o cintas VHS que ya no puede leer? Y no lo podemos hacer porque no tenemos ni los soportes físicos (hardware) ni los programas con que hacerlo, en las versiones en que fueron creados dichos documentos. Se da la paradoja de que podemos leer un papiro del siglo III d.C., con 1700 años de antigüedad, y no podemos acceder a la información de un documento en soporte electrónico que hemos creado hace tan solo 17 años.

Organismos de todo el mundo, como la Unesco, son conscientes de ello y tratan de minimizar este impacto diseñando soluciones nada fáciles. En España, instituciones como la Biblioteca Nacional, con más de 33 millones de documentos en sus fondos, ha puesto en marcha su iniciativa BNElab (www.bne. es/bnelab/). Para enfrentarse a estos desafíos, la iniciativa contempla el uso de herramientas de datos, software y plataformas que lo soporten, el manejo de los formatos más estables, así como el diseño y la construcción del Edificio de la Memoria.

Al igual que guardamos libros que podemos no llegar a leer, porque no conocemos el idioma en que están escritos, o donde el soporte está tan deteriorado que impide su lectura, ¿perderemos información valiosa y conocimientos recientes por no poder acceder a ellos desde nuestros sistemas informáticos? Sí, y ya nos sucede.