Metaverso. Mark Zuckerberg, dueño de Facebook, WhatsApp e Instagram, lo es también de otras ochenta empresas menos conocidas, algunas de las cuales —tras su compra— han desaparecido absorbidas o integradas en su vasto emporio. Nadie duda de su capacidad, visión y habilidades de liderazgo desde sus comienzos, cuando creó, en 2003, Facemash, una red social que pretendía facilitar el contacto con los compañeros de Harvard.
Zuckerberg tiene hoy en plantilla a más de 58 000 empleados en Facebook, 50 trabajadores en WhatsApp y 450 en Instagram. Facebook tiene registrados 2740 millones de usuarios activos, WhatsApp 2000 millones e Instagram 1221 millones, y, lo que es más importante, todos nuestros —sus— datos.
Ahora se entienden las compras de todas estas compañías y startups. Quiere tener el control absoluto y poder medirlo
Su objetivo ha sido crecer y consolidarse como líder en:
- Redes sociales (Facebook e Instagram).
- Comunicación personal y empresarial (WhatsApp), así como en indexadores de noticias en tiempo real (FriendFeed).
- Publicidad de plataformas colaborativas (LiveRail).
- Control de noticias falsas y seguridad (Bloomsbury).
- Realidad virtual (Oculus 3D y Pebbles Interfaces).
- Desarrollo de drones (Ascenta).
- Medición, análisis y optimización de rendimiento de apps para dispositivos móviles (Little Eye Labs).
- Reconocimiento facial, hoy ya incorporado en Facebook y Google Photos (Face.com).
- Integradores de programas (Snaptu).
- Acercamiento entre redes sociales y dispositivos móviles (Parse).
- Aplicaciones para mejorar el conocimiento del usuario (Atlas Advertiser Suite).
- Así como innumerables patentes, muchas de ellas compradas a Microsoft.
Con el ingente caudal de datos que, como usuarios, cargamos gratuita y alegremente a diario en Internet, damos combustible a todas estas fábricas. Qué empresa no soñaría con disponer de materia prima gratis e ilimitada. Además, cada vez nos conocen mejor, y gracias a nosotros mismos: ¡solo Facebook genera al día 4 petabytes (4 millones de gigabytes) de información!
Tener el control y poder medirlo
Su siguiente paso ha sido crear una nueva matriz empresarial, llamada META (del vocablo griego que significa ‘más allá’), para consolidar su visión de un ciberespacio múltiple. Este será persistente, inmersivo, sincrónico y abierto, o sea, siempre operativo, para todas tus cuentas, donde todo se graba y almacena, y vinculado a todos tus dispositivos.
Ahora se entienden mejor las compras de compañías y startups anteriormente mencionadas. Quiere tener el control absoluto y poder medirlo. De hecho, su nuevo logo corporativo, que sustituye al dedo hacia arriba dando un like sobre la f, tiene varias lecturas: puede ser el signo de infinito, a donde quiere llegar, sin límites; una cadena de ADN, hasta donde quiere conocernos y la nueva visión de trabajo que quiere grabar en sus empleados; la inicial M de su nombre, un poco disimulada; o la cinta de Moebius, donde arriba y abajo se confunden, sin principio ni fin.
Metaverso
La primera vez que se usa el término metaverso es en la novela de ciencia ficción Snow Crash, de Neal Stephenson, publicada en 1992. Escrita en plena época ciberpunk, irreverente y crítica con la sociedad del momento y no exenta de cínico humor, la trama describe las andanzas de un veloz repartidor de pizzas que es a su vez un aguerrido samurái en un mundo virtual. Allí investiga un virus informático que proyecta una imagen de nieve y ruido de estática, como la falta de señal en un monitor. Un ruido grumoso y crepitante que anula la capacidad de comunicarse de las personas que contemplan la imagen. Un virus informático que, como droga, afecta a las personas.
¿Quién no desearía disponer de varios avatares, uno para trabajo, otro para ocio… Irresistible, ¿no?
En este libro premonitorio, el metaverso es un mundo de realidad virtual en donde cada humano participante se encarna en un avatar. Lo que parece claro es que los humanos, donde quiera que estemos, arrastramos nuestros problemas, necesidades, temores, ambiciones y anhelos. Nuestra bondad y maldad.
¿Quién no desearía ser otra persona en cualquier tiempo y lugar? Un guerrero samurái, un agente secreto, un navegante intrépido o el mismísimo magnate Mark. O disponer de varios avatares, uno para trabajo, otro para ocio… Irresistible, ¿no? Mark lo sabe: recordemos que además de programador es licenciado en psicología.
Nuevos modelos de relación
La división de Metaverso (Facebook Reality) encargada de crear dispositivos, programas y contenidos en realidad virtual y aumentada anunció una inversión en la siguiente década de diez mil millones de dólares dedicada al desarrollo de productos interactivos. Será un multiverso que tendrá vida propia y seguirá existiendo aunque no estemos en él de forma permanente, y donde la interoperabilidad con el resto de los participantes será también total. Esa es su declaración de intenciones. En el metaverso nacerán nuevas formas de comprar, jugar, reunirnos, estudiar, trabajar y, en definitiva, relacionarnos.
Pero ¿estamos atrapados sin remisión? ¿Quién fijará las reglas, normas, leyes, restricciones o libertades del metaverso? ¿Es éticamente correcto que una única empresa controle toda la información sobre nuestros gustos, aficiones, necesidades, tendencias o contactos en estos nuevos universos virtuales? Cuando pasemos más tiempo en el metaverso que en el espacio-tiempo actual, y si ambos recuerdos son indistinguibles, ¿cuál será realmente nuestra vida real, la primera o la segunda?
Mark Zuckerberg y sus empresas no solo nos conocen hoy ya mejor que nosotros mismos, sino que aspiran a hacerlo en todos los mundos imaginarios por crear en este infinito de universos posibles llamado metaverso. También aspira a recuperar a los jóvenes, que ya prefieren otras redes sociales.
Parece que está sentando las bases para que nada se le escape. Esperemos que esa imagen de nieve en un monitor de televisión cuando no hay señal, a la que aludía el título de la novela de Neal Stephenson, no se materialice y no nos quedemos en blanco, sin actividad ni conciencia, en cualquier universo, presente o futuro, donde decidamos vivir.