El viaje a la nube, acelerado con el impulso de la pandemia, ha traído no pocas sorpresas envenenadas a CIO, CEO y consejos de administración, que, tras las inversiones —en muchos casos ingentes— para dar el prometedor salto a cloud, se encuentran con que las promesas no se han cumplido.

Ángel Pineda

Los denominados hiperescalares, que proveen servicios de infraestructura, plataforma y nube privada, continúan insistiendo en las bondades de la transición desde el modelo on-premise al uso de infraestructuras en la nube. Pero es evidente que tendrán que hacer un esfuerzo extra si quieren evitar que las grandes empresas ralenticen esta “evolución”, e incluso que desistan por completo de ella e inicien un viaje de vuelta.

Los proyectos millonarios sin un resultado claro —o en los que el resultado puede ser notable en términos de capacidad transferida, pero insondable en términos de valor aportado al negocio— han ensombrecido el brillo de cloud y han llevado a muchas empresas a replantearse el papel de la nube en sus estrategias.

Esta realidad, que percibimos en nuestros clientes, también la reflejan las consultoras que observan y analizan el mercado. Según Gartner, más de la mitad de los proyectos de digitalización no cumplen las expectativas del CEO o el equipo directivo ni en tiempo (59%) ni en generación de valor (52%).

Pero si nos centramos en cloud —uno de los caminos para alcanzar el edén de la digitalización—, McKinsey & Company reconoce que algunas empresas, en lugar de capturar el valor potencial de negocio asociado a la nube, están perdiendo parte de ese valor debido, fundamentalmente, a ineficiencias en la orquestación de las migraciones a la nube, que suman costes y demoras que no se esperaban. El dispendio no es banal: la consultora calcula que entre 2021 y 2024 se desperdiciarán alrededor de 100.000 millones de dólares en migraciones a la nube.

La prioridad es la eficiencia operativa, que debe demostrarse a través de KPI sustanciales para el negocio

Es evidente que, si bien el coste de los servicios de los hiperescalares puede ser menor en el papel, al final su TCO —que es el que acabará reflejado en la cuenta de resultados— resulta más elevado. El motivo de esta desagradable sorpresa es doble. Por una parte, existen costes ocultos en el uso de los servicios, como, por ejemplo, los asociados al procesamiento de picos inesperados. Por otra parte, sus costes de operación acaban resultando más elevados, en buena medida, debido a la mayor complejidad del entorno y, por ende, a la necesidad de contar con profesionales especializados que no abundan en el mercado y que también suponen un coste adicional.

Carencias que persisten

Existe una tercera razón para el desengaño: la ausencia de visión y control del rendimiento en los entornos cloud, ya sean públicos, privados o híbridos. Las carencias en términos de eficiencia que las grandes empresas ya venían padeciendo no solo persisten, sino que se multiplican en el mundo cloud. Y como no existe una visión global, ni un plan integral de capacidad y rendimiento, cada vez resulta más complicado conocer qué es lo que sucede y cuánto cuesta.

No es por falta de herramientas. La gran mayoría de las grandes empresas disponen de varias, pero estas, lejos de contribuir a la construcción de esa visión global, ofrecen fotos parciales, limitadas a determinados entornos y con una capacidad para actuar (entendida como la posibilidad de realizar cambios) bastante reducida.

Carencias en la nbeLlegados a este punto, tampoco podemos olvidar que, una vez tomada la decisión de actuar, en la mayoría de las grandes empresas habrá que hacerlo a través de un tercer proveedor de servicios, lo que sumará más tiempo y costes en la partida de mantenimiento.

Ante esta pesadilla, la concentración de proveedores —como ya sucedió en otros tiempos— gana adeptos. Ciertamente, la calidad del servicio y la experiencia del cliente son fundamentales, pero el CEO y los consejos de administración quieren resultados y dan por hecho que la tecnología, que es un coste, tiene que funcionar y hacerlo bien.

En la nube, al igual que en el mundo on-premise, la prioridad es la eficiencia operativa, que debe demostrarse a través de KPI sustanciales para el negocio, es decir, relevantes desde un punto de vista financiero.

Además, la presión por obtener resultados se acrecienta en un escenario de contracción de la inversión en TI. Gartner ha reducido a la mitad sus previsiones de gasto mundial en TI para 2023 y estima el porcentaje de crecimiento respecto a 2022 en un 2,4%, con un montante de 4.500 millones de dólares: su previsión el trimestre pasado era del 5,1%.

Así las cosas, el CEO, el CFO y las comisiones de tecnología de los consejos de administración tienen una petición clara para el CIO: un modelo de eficiencia y servicio que reduzca los costes sin poner en riesgo la operativa.

Visión y optimización continuas

Asistimos, por tanto, al fin de la fiesta cloud y al retorno a los básicos. La monitorización y gestión proactiva de la tecnología, con independencia del modelo elegido, es la prioridad. La denominada applied observability se ha alzado a la segunda plaza del ranking de las 10 tendencias tecnológicas estratégicas para 2023, y los CIO y CEO están de acuerdo en que lo que necesitan es esa visión global, única y detallada. Esto unido a capacidades avanzadas para bucear, correlacionar, detectar, resolver problemas y optimizar, optimizar, optimizar, optimizar…

Los gestores de las empresas quieren saber a ciencia cierta si las infraestructuras y las aplicaciones que soportan la operativa de la organización, ya sea en un modelo on-premise o en cualquiera de los distintos sabores de cloud, funcionan a pleno rendimiento; y lo quieren saber no desde un punto de vista técnico, sino en términos de rendimiento del negocio:

  • ¿Cuál es el consumo de recursos de infraestructura?
  • ¿Está dimensionado correctamente?
  • ¿Cuáles son los tiempos de respuesta de las distintas aplicaciones?
  • ¿Son los adecuados para los distintos procesos de negocio?
  • ¿Qué mejoras son necesarias y qué ahorros generarían?
  • ¿Se cumplen los acuerdos de nivel de servicio?
  • ¿Cuál es nivel de rendimiento de mis proveedores?
  • Etc.

Las carencias, en términos de eficiencia, que las grandes empresas venían padeciendo no solo persisten, sino que se multiplican en el mundo cloud

El rendimiento hay que entenderlo como la mejor combinación de eficiencia y costes, y su mejora continua es un imperativo para las grandes empresas, que siguen haciendo frente a sobrecostes —en algunos casos insoportables— en sus presupuestos TIC.

Eliminar dichos sobrecostes, que son resultado de la suma de costes diversos (los ocultos por procesamientos inesperados, de desarrollo, de mantenimiento…) requiere poseer un ojo que todo lo vea, y vigilar de forma ininterrumpida el funcionamiento de infraestructuras y aplicaciones, durante su desarrollo y una vez en funcionamiento.

También hay que tener la capacidad de actuar teniendo en cuenta todas las dependencias, y hacerlo, además, de forma cada vez más automática. Del mismo modo, es fundamental poder ver cómo las decisiones que implican cambios tecnológicos (las migraciones a cloud) se reflejan en la cuenta de explotación y en los niveles de servicio al cliente. Lo es asimismo —un aspecto clave— poder medir los resultados de las políticas de contratación de proveedores tecnológicos, se llamen IBM o hiperescalares.