Especialista vs. Generalista

De una biblioteca de Valladolid al planeta Marte

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Es conocida la historia que contaba el propio Steve Jobs sobre su paso por la Universidad de Reed, que tuvo que abandonar por falta de medios económicos. Para aprovechar el tiempo, antes de dejarla se apuntó a un curso de caligrafía. Esta decisión, que podía considerarse de consolación y alejada de su línea de interés, marcaría luego la tipografía novedosa que incluiría en sus primeros ordenadores Macintosh.

Parece ser que abarcar y dominar muchos conocimientos diversos —ser polímata— será de nuevo una necesidad, frente a unas pocas habilidades técnicas más demandadas ahora. Hoy día, por ejemplo, son mucho más buscados los especialistas en lenguajes de programación para data science o desarrollo backend como PHP, Java, Pyton o Kotlin (datos de Malt Tech Trends 2019). También es habitual que expertos en Google Cloud y Azure copen las demandas de empleo y sean más solicitados que los jefes de proyectos con una visión más general.

Parece ser que abarcar y dominar muchos conocimientos diversos, ser polímata, será de nuevo una necesidad

Soy de los que piensan que conocer y entender en profundidad temas relacionados con nuestro campo, o incluso muy dispares a él, nos enriquece y puede ayudarnos a enfocar un problema o solventar un nuevo reto desde otra perspectiva totalmente diferente. Va a ser cada día más necesario ser especialista en varias materias diferentes, y esto sucede en el caso que comento brevemente aquí.

El Beato de Valcavado.

Fernando Rull es catedrático e investigador, director de la unidad asociada UVA-CSIC al Centro de Astrobiología. Buscando libros antiguos sobre minerales y cristalografía en la biblioteca de Santa Cruz, que alberga el fondo antiguo de la Universidad de Valladolid, se fija en un manuscrito —el Beato de Valcavado— escrito por un monje en el año 970, y con bellísima iconografía. Los colores de esos pigmentos en sus 87 miniaturas llaman su atención y decide crear una tecnología portátil para analizar este y otros libros antiguos, para obtener así sus datos químicos de una forma no invasiva.

El equipo que usa en su laboratorio pesa más de 400 kg y ocupa una sala, por tanto no resulta sencillo llevarlo a la biblioteca. Trasladar los libros, muy delicados, al laboratorio tampoco era una opción. De ahí el trabajo que hizo para miniaturizar el equipo que ya usaba: un espectrómetro láser Raman, que se compone de una fuente de luz láser, la óptica que enfoca la muestra objeto de análisis y el espectrómetro que dispersa y amplifica la luz para obtener una señal.

Quién iba a decir que ese desarrollo, totalmente español e ideado entre el INTA (Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial) y la Universidad de Valladolid, llamara años después la atención de la ESA (siglas en inglés de la Agencia Espacial Europea). Querían que fuera uno de los sistemas embarcados rumbo a Marte, en la Misión ExoMars 2022, que pretende poner un vehículo Rover en su superficie con el que analizar el subsuelo marciano.

Ahí es donde entra el espectrómetro láser portátil que se diseñó para analizar manuscritos. La razón es que no solo analiza la composición química de los materiales (o minerales, ahora) para luego compararla con los patrones terrestres, sino que añade información sobre su interacción biológica y la posible identificación con alguna señal de vida en el planeta rojo. Se necesita, además, adecuar su funcionamiento a las condiciones extremas del espacio exterior, así como adaptar el software de control.

«Está muy bien ser especialista en pata de mosca, pero si sabes del resto de la mosca, y de otros insectos, mucho mejor”

Este es para mí el valor de la multiespecialidad: cuando una visión generalista se complementa con las especialistas. O como me solía decir un profesor de biología: “Está muy bien ser especialista en pata de mosca, pero si sabes del resto de la mosca, y de otros insectos, mucho mejor”.