Innovación, internacionalización, retención de talento… Con el año 2020 como horizonte temporal, el tejido empresarial español se enfrenta a estos y a otros retos. En cómo los afronte estará la clave de la evolución de la economía y de la competitividad de las empresas del país.

El primer gran desafío de la empresa española es tomar conciencia plena de la globalización. Parece una obviedad, pero muchas pymes todavía no comprenden lo que esto implica, y hablamos tanto de los cambios necesarios para adaptarse a un mercado global como de la gran oportunidad de tener al mundo entero por cliente. Las compañías que lo han entendido tienen objetivos claros, un conocimiento multicultural muy amplio y apuestan claramente por la internacionalización. El mundo es su mercado, tanto para vender productos o servicios como para captar talento y mejorar sus operaciones.

En la parte de los inconvenientes, estamos inmersos en un momento de incertidumbre absoluta. Cualquier cosa que ocurra en el mundo, donde y cuando sea, puede afectar a la empresa. Es imprescindible aprender a gestionar la incertidumbre y olvidarse de eso de “hacer las cosas como siempre”.

Es imprescindible gestionar la incertidumbre y olvidarse de hacer las cosas como siempre

En segundo lugar encontramos el desafío tecnológico. Vivimos en un mundo digital y la empresa que crea que esto significa simplemente tener un ordenador y un perfil en Twitter está muerta. La transformación digital es una necesidad para la supervivencia de las compañías, sea cual sea su tamaño. Implica conocer qué pueden hacer las TIC por nuestro negocio, cuáles son las herramientas más adecuadas para alcanzar nuestros objetivos y cómo aplicarlas. Big data, ciberseguridad, marketing digital… no son más que conceptos abstractos si no contamos con profesionales especializados que puedan sacarles todo el partido.

Por supuesto, abrazar la transformación digital implica una mayor inversión en I+D+i.
Pero también la implicación de una dirección comprometida con esta evolución tecnológica, dispuesta a trabajar en ella con convicción y a integrarla en la estrategia global de la empresa.

De todo esto se deriva otro desafío: la capacidad de mirar a través de los ojos del cliente. Nunca como ahora los clientes han tenido tanto poder, pero tampoco las empresas habían dispuesto de tanta información sobre ellos para ofrecerles productos y servicios a su medida. La tecnología, de nuevo, brinda una oportunidad única. Diseñar una estrategia empresarial sin tener en cuenta al usuario deviene en el correspondiente batacazo.

No menos urgente es superar el abismo histórico que existe entre la formación y la realidad empresarial. La esfera universitaria sigue partiendo del error de base de que lo suyo ha de ser transmitir el conocimiento teórico y que no le corresponde enseñar el conocimiento práctico. En este contexto, la especialización posterior de los profesionales, a través de formación complementaria, es fundamental para cubrir la demanda de nuevos perfiles que eran inexistentes hace tan solo cinco años.

El hecho de afrontar estos desafíos corre en paralelo con la necesidad de reformar ciertos aspectos administrativos, dotar de una mayor seguridad jurídica a nuestro sistema y reducir las trabas burocráticas para el empresario. Igualmente, debemos trabajar en un cambio en la percepción que tiene la sociedad de los emprendedores y los empresarios. Mientras se respeta y admira a los primeros, con frecuencia se critica y vitupera al empresario. Contribuir a un clima social favorable al desarrollo de las empresas es una asignatura pendiente que habrá que enfrentar en este horizonte 2020.