El hedonismo digital nos acecha. Nos pica la amenazante curiosidad de lo disruptivo, donde, según nos dicen, pocas empresas sobrevivirán. Las grandes corporaciones ensayan la danza del elefante al ritmo de sinfonías ágiles, luchando por transformarse antes de que vengan otros que las derriben. Todo es volátil, incierto, complejo y ambiguo.
Y exponencial. La biotecnología, el blockchain, los drones, la inteligencia artificial, las impresoras 3D… todo ello va a revolucionar el mundo durante los próximos años. Estas tecnologías exponenciales están transformando las industrias a una velocidad vertiginosa. Todos queremos pillar la tercera ola antes de que esta nos pille a nosotros. Transformarse o ser transformado. Nuestro pensamiento es lineal y las progresiones del entorno empresarial, nos aseguran todos, son geométricas. Más incertidumbre. Salim Ismail nos habla del marco común en que se desarrollan las organizaciones exponenciales, en un libro que está llamado a ser uno de los referentes del siglo, en el nuevo modelo de gestión.
Y todo ello en el contexto de la singularidad tecnológica. Según el científico y futurólogo Ray Kurzweil, este fenómeno sucederá alrededor de 2045, cuando la inteligencia artificial superará a la humana y las máquinas desarrollarán una capacidad de automejora que los seres humanos no seremos capaces de controlar.
Los unicornios —grandes y pequeños, asiáticos, americanos y europeos— se afanan en la búsqueda del dorado, esa suerte de piedra filosofal donde las ideas parecen tener un valor, aunque sea un espejismo…
Y… mientras tanto… ¿dónde queda nuestra dimensión humana? ¿Qué papel reservamos a la felicidad y a la sostenibilidad? ¿Hay algún tipo de dieta para la obesidad digital? Alimentamos nuestro cuerpo con los excesos de lo digital y, sin embargo, apenas prestamos atención a nuestra alma, a nuestra condición humana. Convertimos la tecnología en un fin en sí misma y olvidamos que es tan solo un medio.
Pero tampoco debemos caer en el error de pensar que la tecnología nos deshumaniza. Somos nosotros quienes nos humanizamos o nos deshumanizamos mediante el empleo que hacemos de los medios a nuestro alcance. El propósito debe cobrar relevancia en el debate y, junto a él, los principios y valores que deben gobernar nuestra evolución.
La tecnología puede humanizarnos. Preguntémonos por nuestro futuro.
Para ello, tenemos que recuperar el Renacimiento. Y muchos de los postulados del antropocentrismo. Somos personas, reivindiquemos nuestra condición. Busquemos la felicidad, el arte, la filosofía. La evolución y el progreso no son lineales. El futuro de la humanidad no debe estar en los paradigmas de crecimiento y beneficio financieros, sino en la sostenibilidad, hacia los demás y hacia la naturaleza que nos rodea.
Sin duda, la tecnología puede contribuir a humanizarnos. Preguntémonos por nuestro futuro, como personas, alimentemos el debate de los principios y valores, demos el mismo protagonismo a las consideraciones éticas que a las rondas de financiación de las startups. El futuro no es algo que simplemente sucede. Somos nosotros quienes lo creamos. Y nuestro papel es el de protagonistas, no el de simples figurantes.