Ante la pregunta de si las decisiones tomadas por los directivos son emocionales o mentales hay tantas respuestas como estudios, estudiosos y directivos. Si lo enfocamos desde el análisis de la personalidad, está claro que aquellos directivos más emocionales tenderán a tomar decisiones emocionales, igual que los mentales y viscerales lo harán a su manera; es normal, son automatismos.
Una buena pregunta sería averiguar cuántos directivos llegan a serlo por su carácter mental, emocional o visceral precisamente, y ante eso habría que diseccionar la cultura corporativa y nacional donde se ubican, pues no es lo mismo triunfar como directivo en una empresa rusa o brasileña local, que en una multinacional como Coca Cola, por ejemplo.
Mi respuesta preferida, sin embargo, se encuentra bajo otro tipo de luz. Para que un directivo pueda tomar decisiones inteligentes para su empresa, no debe limitarse a lo emocional o mental, sino incluir también lo puramente fisiológico, e incluso lo espiritual.
Primero de todo debemos reconocer que la inteligencia puede ser de muchos tipos, como señala Richard Gardner. Es más, sus primeros estudios se limitaban a pocos tipos de inteligencia, pero cada vez lo abre a más. Y yo coincido con ello. El tipo de liderazgo que yo enseño en el IE Business School, liderazgo consciente o de atención plena (mindful), huye de modelos prefijados para despertar al maestro interior de cada uno, potenciando un empoderamiento sensitivo (sensible y de las inteligencias múltiples).
Más que pensar mejor, percibir mejor la realidad y poder tomar perspectiva
Por su parte, Mario Alonso Puig explica, por ejemplo, la cantidad de neuronas que están descubriendo que no se fabrican en el cerebro, sino en el estómago, dando rigor a lo que ya desde hace mucho se define como “el segundo cerebro” o, popularmente, “actuar desde las tripas”. Podríamos citar también la inteligencia de la piel, que, siendo nuestra capa más externa, nos devuelve la información de primera línea externa e interna. Se me eriza la piel, me da mala espina, me provoca un sarpullido, estoy rojo de vergüenza, ira, etc. Por algo decía Baudelaire que “la piel es la capa más profunda del alma”, incluso si se sitúa más en superficie.
En cualquier caso, en la más que saturada sociedad de la información actual yo desmitificaría la importancia de la inteligencia cerebral, totemizada por nuestra enfermiza obsesión por el control, con tan poca confianza en las personas y la vida en general. Cada vez es más necesario un enfoque que alinee el máximo rigor cartesiano con el eje espiritual, desde el cual entregarse a la vida y al trabajo con pasión y sentido de misión, sintiendo que se pertenece a algo más grande que uno, donde aprender a confiar y delegar para, por ejemplo, evitar tener que supervisar los más de 500 mails diarios en copia.
El desarrollo espiritual no llega solo. Aunque siempre estemos en él, lo queramos o no, se entrena. Es importante hacer un trabajo de autoconocimiento y “centramiento”, con meditación y métodos de psicoterapia y coaching profundos, no solo para pensar mejor, sino para percibir mejor la realidad y poder tomar perspectiva.
Si quieres llegar más lejos y mejor, cultiva todas tus inteligencias y en todas sus capas.