Más allá de titulares llamativos que buscan reacciones virales en las redes, la noticia que surgió cuando se preguntó a ChatGPT v3.5 sobre cómo acabará el mundo ha avivado temores atávicos. Facilitó tres propuestas (catástrofe climática, guerra nuclear o impacto cósmico por la colisión de un cuerpo celeste) nada novedosas. Pero añadió otra preocupante respuesta: ya que los humanos somos los responsables del actual estado de deterioro del planeta, una buena alternativa es esterilizarnos o eliminarnos.
En esta línea, Sam Altman, CEO y cofundador de OpenAI, ha pedido —en su última comparecencia ante el Comité del Senado de EE. UU.— la creación de un panel mundial de expertos para vigilar esta tecnología, así como una normativa para equipararla a la que regula el armamento nuclear. Quieren tener los algoritmos testeados y aislados sin posibilidad de replicación. ¿Exageración? ¿Paranoia? ¿O buscan controlar los desarrollos de terceros para avanzar con los suyos?
Alguien dirá que estamos ante las respuestas propias de una máquina, que está programada por humanos a partir de la información histórica ya almacenada y disponible. Para este viaje no se necesitan alforjas, ni gurús, ni una sofisticada IA.
Todo avance, como lo es ChatGPT, se vuelve peligroso y provoca temor cuando inspira dogmas y no es comprendido
Sin ánimo de ponerme agorero, ya les adelanto más finales posibles para la vida en el planeta: escasez y carestía de alimentos (hambre), una nueva pandemia o el rebrote de pasadas epidemias (peste), recrudecimiento de conflictos armados por materias primas o ataques terroristas para causar desestabilización política (guerra) y escasez de agua y contaminación del aire por deforestaciones masivas (muerte). Los cuatro jinetes del Apocalipsis de la antigüedad, de nuevo presentes.
Otros alarmistas autores hablan de que esta nueva tecnología destruirá a la humanidad. Sabemos que lo que peor maneja la IA, por ahora, es la ambigüedad, las emociones y los sentimientos humanos, así que una errónea interpretación puede dar lugar a una decisión inadecuada e irreversible. Que se pulse el temible botón rojo y desencadene el holocausto.
Aunque ya se sabe que no hay mejor noticia que una mala noticia para llamar la atención, ser portada en los medios, crear polémica y generar miedos innecesarios, ¿debemos realmente preocuparnos?
ChatGPT y el apocalipsis
Recientemente he tenido la suerte de mostrar la excelente exposición Beato de Liébana. La fortuna del Códice de Fernando I y Sancha en la Biblioteca Nacional de España. Este manuscrito iluminado en pergamino, del año 1047, es copia de copia del original, perdido en el siglo VIII y que, hurgando en nuestros temores, se convirtió en best seller medieval durante nada menos que cinco siglos. El códice recoge los comentarios al Apocalipsis de San Juan con explicaciones e imágenes muy vivas.
El Apocalipsis es el texto más críptico y complejo de interpretar del Nuevo Testamento. Según la Biblia, la vida en la Tierra tendría una duración de 6000 años; desde Adán y Eva hasta el nacimiento de Jesucristo habían pasado ya 5200, por tanto, en el año 800 el mundo, tal y como se conocía, se acababa. Llegada la fecha nada sucedió, con lo que se corrigió al año 838, sumando los de la Era Hispánica o de Augusto. De nuevo, no sucedió nada. Después de unos doscientos años de relativa calma apocalíptica, los temores resurgieron en el año 1000, cifra redonda que parece adecuada para que algo catastrófico pase.
Los cuatro jinetes del Apocalipsis han sido una constante en la historia europea
Como vemos, en el mundo siempre han aparecido falsos profetas y predicadores interesados. Recordaremos que para el año 2000, otra cifra redonda perfecta, se pronosticaba una hecatombe y la parálisis mundial a raíz del fallo provocado por el cambio de cifra en los ordenadores de fábricas, centrales eléctricas y nucleares y el resto de las empresas del planeta. El llamado Efecto 2000, que viví en primera persona y que quedó solo en un inmenso negocio para consultoras de sistemas de información. Volvió a no suceder nada.
Y más recientemente, ¿adivinan qué libro se buscó con fruición y se leyó con ansia durante la pandemia de Covid-19? La peste, de Albert Camus, publicado en 1947.
El triunfo del bien
Los cuatro jinetes del Apocalipsis (hambre, peste, guerra y muerte) han sido una constante en la historia europea. El Apocalipsis no es un libro apacible sino inquietante, que provoca desasosiego, y eso los antiguos lo sabían usar tan bien como nosotros hoy.
Si hace mil años vivíamos en una sociedad de aislamiento y escasez, donde los avances científicos tardaban cientos de años en aparecer, hoy las constantes son la conectividad global y la abundancia en un entorno de cambio acelerado. Es cierto que el bienestar de hoy no es garantía de que lo vayamos a disfrutar en el futuro: tras las guerras y conflictos mundiales por acaparar combustibles fósiles del cercano siglo xx vendrán otras luchas por hacerse con tierras raras, agua y nuevas materias primas necesarias para construir el mañana.
Aun así, confío en la capacidad del ser humano, como especie, para innovar, diseñar nuevas tecnologías y aprovechar fuentes de energía más eficientes y respetuosas con el entorno, para así dejar atrás luchas egoístas y conflictos que no nos llevan a ninguna parte. ¡Y para no darle más excusas a ChatGPT!
Los cuatro jinetes del Apocalipsis fueron el día a día de la población europea durante el primer y segundo milenio. Ese Apocalipsis predecía, tras mucho sufrimiento, el triunfo del bien, y de los valores cristianos, sobre el mal. Aquellos eran tiempos de fe por encima de la razón.
Hoy, enterrada ya la fe, vivimos tiempos de sinrazón y desorientación. El tercer milenio ha consolidado una creencia ciega y agnóstica en la ciencia y en la tecnología, que nos conducirá hacia un nuevo ser humano, esperemos que mejorado no solo física e intelectualmente, sino también emocional y éticamente. Los términos transhumanismo y posthumanismo se refieren a este hombre diferente, de características aún imprecisas y por concretar.
No nos debemos dejar embaucar por cantos de sirena y por titulares pretenciosos, pues, como dijo Umberto Eco, “si los hombres del año 1000 tenían sus miedos, nosotros tenemos los nuestros”.
Todo nuevo avance, como lo es ChatGPT, se vuelve peligroso y provoca temor cuando inspira dogmas y no es comprendido. Siempre habrá dudas y temores inherentes a la condición humana sobre el camino que se ha de seguir. Cualquier cambio disruptivo los ha traído, pero estos no deben atemorizarnos ni confundirnos. Hoy tenemos a nuestro alcance más medios que nunca para progresar con garantías, aunque seguimos, por desgracia, reviviendo miedos pasados.
¡Preparémonos para la llegada del fin del mundo! Otra vez.