Estamos en una época de tendencias efímeras. Lo que hoy es una novedad, al poco tiempo parece obsoleto. De forma permanente buscamos identificar el siguiente término de moda que demuestre que estamos a la última. Quizá eso está pasando con el big data, ya casi nos suena a viejo.
En el mundo de los negocios solemos utilizar frases de manera poco precisa. El término big data es un cajón de sastre en el que entran muchas, demasiadas cosas. Cuando eso, que al principio es una visión tecnológica, se va convirtiendo en realidad, todo empieza a vaciarse de contenido y se ve desbordado por nuevos conceptos. Eso está sucediendo con el big data, al que se añaden tendencias como IoT, inteligencia artificial o machine learning, ya con fuerza por sí mismas.
Además de esta amalgama de términos y tecnologías, hay que tener en cuenta otro aspecto: en los albores de esta tendencia, la teoría de muchos era aquella vieja estrategia del “constrúyelo y vendrán”. Esto se traducía en pensar que había que recoger el mayor número de datos posible, aunque no supiéramos muy bien para qué, con la intención de que la tecnología que fuera surgiendo encontraría sentido y valor en esa información. La analogía habitual que compara a los datos con el petróleo ilustra muy bien esto. De alguna forma, hemos estado recogiendo datos y enterrándolos para que, en cierto tiempo, mutasen en algo valioso.
Parar, analizar la situación e identificar los datos relevantes para cada negocio
Pero la realidad es otra. Las empresas tienen necesidades ahora. No pueden esperar a un futuro prometedor. La gestión del big data real, en la que trabajamos día a día, es imprescindible hoy. En el campo del retail y de los espacios de cara al público se registra ya un montón de información. Este sector, y si hablamos del e-commerce aún más, fue seguramente pionero en la adquisición y análisis de grandes cantidades de datos. La medición y predicción de afluencia, así como la construcción de modelos para medir el ROI de las inversiones es algo básico para esta industria.
Sin embargo, a pesar de la cantidad y la calidad de la información, las limitaciones de los sistemas actuales han sido un secreto a voces. Algo así como la medición de las audiencias en la televisión. Detrás de la gestión de datos y la generación de conclusiones, que en un primer momento parecen muy sofisticadas, hay muchas lagunas. Muchos se han lanzado a esa estrategia de “constrúyelo y vendrán” para intentar cubrir esos huecos, algo que es ineficiente en gran cantidad de ocasiones. Los teléfonos móviles o el abaratamiento de la sensorización han originado multitud de fuentes de nuevos datos, que prácticamente tienden al infinito, pero que luego no son aprovechados correctamente.
La recopilación y el procesamiento de los datos deben ser muy selectivos para lograr la optimización de las estrategias. Si seguimos con el ejemplo del mundo del retail, sabemos que hay un tremendo valor en los datos que ya existen y que pueden ser activados. Enriquecer las mediciones actuales, gracias a las nuevas tecnologías, y combinar datos para tener bases mucho más ricas es indispensable y facilitará claves a la hora de elegir los modos de actuación que repercutirán en la mejora de los negocios y su optimización. Nuestra visión de futuro pasa por sistemas de inteligencia que tomen decisiones efectivas, a partir de datos enriquecidos que ya se están generando. En eso trabajamos día a día.
Para llevar a cabo una correcta gestión del big data, lo mejor es pararse un momento, analizar la situación y comenzar a identificar el smart data, es decir, los datos relevantes para cada negocio.
Tenemos que dejar las escopetas de perdigones y empezar a utilizar rifles de precisión.