Durante muchos años la integración ha sido uno de los caballos de batalla de las empresas que, con una heterogeneidad de sistemas, sufrían más de un quebradero de cabeza para que toda la maquinaria funcionara engrasada. Ahora, en plena era cloud, toca llevar esa integración a los servicios en la nube. Disponer de todos los elementos en un único proveedor permite alcanzar el nivel de flexibilidad y personalización que demanda el actual escenario.
A estas alturas, la organización que no haya asumido que, en gran medida, el éxito o el fracaso de su negocio está ligado al salto a la nube, está perdida. Es una realidad que se dará en mayor o menor medida en función de la naturaleza del negocio. Y es que el modelo cloud parece no tener límites. En los orígenes hablábamos de SaaS, IaaS o PaaS pero la aplicación de mejores tecnologías o la mejora y reducción de coste del ancho de banda —con una latencia cada vez más baja— permiten que a día de hoy, prácticamente, sea posible entregar cualquier cosa vía cloud. El único límite es el que se autoimponen las propias organizaciones.
Para 2025, todas las soluciones empresariales TI podrían estar cloudificadas, y más del 85% de las aplicaciones empresariales estarían basadas en la nube. Es lo que cada vez con más frecuencia comienza a llamarse la era cloud 2.0.
La asignatura de la integración
Sin embargo, este viaje no está exento de un peaje al que hay que prestar atención. A medida que las empresas dan el salto cloud, demandan más ayuda para navegar en el maremágnum de proveedores y desplegar los servicios en la nube, especialmente cuando se trata de aplicaciones de misión crítica con las que las empresas no pueden permitirse el lujo de arriesgarse a quedar expuestas a un despliegue ineficiente.
Hace años apareció una figura nueva en la industria: los intermediadores de servicios cloud, (CSB por sus siglas en inglés). Surgió como una suerte de capa intermedia entre los proveedores cloud y los clientes, cuya finalidad era proporcionar diferentes servicios, que iban desde la gestión del rendimiento a la seguridad o, muy especialmente, la integración de servicios agregados. Dicho de otro modo, esa capa intermedia pasaba a ser el epicentro de control para el aprovisionamiento de cloud.
Este nuevo rol ha cobrado peso con los años, hasta el punto de que, según la consultora independiente Gartner, ya el año pasado CSB representaba la categoría individual con mayor crecimiento en el escenario cloud computing. Tanto es así, que en sus últimas previsiones, la firma pronosticaba que en 2018 este negocio podría generar 160.000 millones de dólares.
No es para menos, puesto que en ocasiones nos topamos con que la mayoría de las soluciones de nube híbrida se encuentran en realidad aisladas y son más propensas a riesgos de seguridad y a inestabilidad de la red. Esa problemática, sin embargo, tiene solución.
El objetivo es que un servicio cloud se ajuste como un guante a las necesidades del negocio
Proveedor integral
Este camino imparable hacia el cloud 2.0 ha llevado a que algunos fabricantes de infraestructura lleven años preparándose para virar hacia el mundo de los servicios. En cierto modo, se trata de conseguir aglutinar toda la infraestructura necesaria en datacenters locales para, de la mano de un operador de telecomunicaciones, brindar la oportunidad al cliente final de operar su negocio en esta nueva era.
Se ofrece así la posibilidad de cloudificar la empresa sin sacar los datos siquiera del país a un centro de proceso de datos en el extranjero, apoyándose en un modelo que, por lo general, se basa en una nube híbrida. Estos actores de la industria, volcados ahora con los servicios cloud, no sólo simplifican esa labor de integración de diferentes servicios en la nube, sino que también allanan el camino para lo que es una tendencia ya consolidada: correr desarrollos propios en máquinas virtuales cloud.
Al disponer de todos los elementos necesarios en un único proveedor, las empresas navegan, integran, consumen y extienden sus servicios cloud de una manera más barata, sencilla, segura y, además, productiva. Todo ello con la garantía de asegurar el cumplimiento de la seguridad de las empresas y sus políticas de gobernanza.
Si habláramos en términos de plataformas tecnológicas y datacenters previos a la era cloud, se diría que en esta evolución podemos ver fusionadas tareas propias de un distribuidor, un ISV (independent software vendor) y un integrador de sistemas, pero en modo cloud. Estos nuevos actores no se limitan a conjugar diferentes servicios, sino que consiguen personalizarlos: que un servicio cloud determinado se ajuste como un guante a las necesidades concretas de un negocio.
En esta nueva coyuntura, el mercado objetivo de este tipo de servicios alcanza a cualquier empresa, ya no es cosa únicamente de las grandes o de las startups tecnológicas que nacieron por y para Internet.
La organizaciones buscan plataformas que soporten XaaS (IaaS & SaaS) para poder implementar entornos de nubes públicas, privadas o híbridas en función de sus preferencias específicas. Para ello, requieren cada vez más una aproximación de diseño modular, con operaciones unificadas, gestión de pools de múltiples recursos y un diseño multi-tenancy que permita, precisamente, esa personalización.
Se garantiza el cumplimiento de la seguridad y las políticas de gobernanza
Personalización y flexibilidad
En este sentido, ser capaces de ofrecer tanto los servicios como la infraestructura cloud permite conseguir que el servicio sea específico de una empresa, integrando o agregando servicios para mejorar su seguridad o añadir capas significativas de valor mediante la introducción de nuevas capacidades basadas en la nube.
Todo ello con unos niveles de flexibilidad nunca vistos antes. Ya no es sólo que las organizaciones puedan pagar por uso sus servicios cloud, ahorrándose costes de mantenimiento y licencias, y acelerando significativamente su tiempo de puesta en marcha, sino que es posible destinar más o menos recursos.
Esta flexibilidad se da al mes, a la semana, al día o, incluso, a la hora. Levantar más o menos máquinas virtuales se realiza a golpe de clic de ratón. Como servicio cloud que es, las empresas pueden abrir más o menos el grifo, de la misma manera que si se tratara del suministro de agua, pagando por el uso concreto que se haga en cada momento.
A estas ventajas se suman, además, las de auditorías de rendimiento en tiempo real. Las compañías cuentan ya a su disposición con suficientes herramientas de medición y monitorización como para saber lo que les está costando el servicio en cada instante, sea el referido al almacenamiento en la nube, máquinas virtuales, soluciones big data o el despliegue de SAP HANA Cloud. Ya es posible, pues, la administración del aumento de la complejidad y gestión de los recursos a la que hemos asistido en los últimos años.
Y la revolución no para aquí, puesto que la explosión de la Internet de las Cosas (IoT), especialmente aplicadas a las ciudades inteligentes, multiplicará exponencialmente la necesidad de contar con actores en la industria que faciliten la vida de esta manera.