Las recientes innovaciones están haciendo que aparezcan nuevos trabajos y desaparezcan profesiones que parecen obsoletas, sin cabida en los tiempos actuales. Desde Europa nos recuerdan que se necesitan nuevas competencias y que tenemos un déficit de profesionales TIC estimado en unas 864 000 vacantes, mientras soportamos tasas inaceptables de desempleo. También que, tras estudiar carreras convencionales, nuestros hijos trabajarán en profesiones que hoy no existen, y que la vinculación con sus empresas será muy diferente a la mantenida por nosotros. Estoy convencido de ello.
Ninguna queja por lo que es
ni por la dureza de su vida.
Una lección para nosotros.
Pero déjenme que les cuente una historia arrancada del pasado y que aún es presente. Este verano he recorrido parte de la ruta de los volcanes en Ecuador. Era tradición en las comunidades bajar hielo de los glaciares a los pueblos cercanos, donde, hasta no hace tanto, no había refrigeradores o neveras.
Tuve la suerte de coincidir con Baltasar Ushca: un hombre menudo, pequeño para nuestros estándares occidentales (1,50 m de altura), enfundando en un poncho rojo y que durante los últimos sesenta años ha subido a más de 5000 m —varios días a la semana— hasta las cumbres del nevado más alto del mundo, el Chimborazo. Pastos difíciles, clima extremo, alpacas y vicuñas indómitas.
Durante este tiempo ha ascendido para arrancar hielo de sus laderas, envolverlo en paja y bajarlo a lomos de mulas para venderlo en los mercados de Riobamba. En ellos se elaboran raspados de hielo: jugos y zumos naturales de guanábana, guayaba o naranjilla. Será el hielo (seguro), las frutas, su sonrisa…, pero esos jugos son difíciles de superar.
Poca recompensa económica por el durísimo trabajo, pero siempre con una sonrisa en su curtido rostro. En una mezcla de castellano y quechua, me dice que es lo único que sabe hacer y que ya no quedan gentes de su oficio. Poco a poco, las personas que subían con él (amigos, hermanos…) han ido dejando tan duro trabajo. Solo queda él. Ningún reproche o queja. Disfruta con lo que hace: su encuentro diario con la montaña, sus caminatas acompañado de su mula. Soledad, riesgo, frio, pero ninguna queja por lo que es ni por la dureza de su vida. Una lección para nosotros, sentados en confortables oficinas, bien abrigados, con aspecto de estar muy atareados y, eso sí, sin la sonrisa puesta en lo que hacemos.
En 2017, el Instituto Tecnológico Latinoamericano de México concedió a Baltasar Ushca un doctorado honoris causa por su dedicación y por toda una trayectoria de vida de trabajo. Él lo aceptó sin inmutarse, con la sonrisa ingenua de siempre, sin comprender por qué le dan un premio por hacer lo que hace, por hacer lo que sabe, lo que ama. Hoy es guía de turismo de su cantón, pero sigue subiendo al volcán a arrancarle hielo dos veces por semana.
- Y cuando usted no esté, ¿quién hará esto?
- Nadie —responde—. Ni mis hijos ni mis nietos quieren trabajo tan duro.
Si viajan al corazón de los Andes ecuatorianos, prueben los jugos llamados rompenucas, con hielo de nevado. Hay un paseo en tren —el tren del hielo—, que hacen coincidir los fines de semana con su bajada de la montaña. No dejen de buscarle. Bajito, poncho rojo, sonrisa radiante. Se llama Baltasar Ushca y es el último hielero del Chimborazo.