El 23 de enero de 2023 se entregó el premio Líder Humanista a la escritora Irene Vallejo por su libro, más que recomendable, El infinito en un junco. Pero ¿qué significa hoy ese término: humanismo? ¿Tiene la palabra la misma connotación que hace quinientos años? El filósofo griego Protágoras, allá por el año 450 a. C., ya dijo que “el hombre es la medida de todas las cosas”. Esa afirmación es hoy más relevante y necesaria que nunca.

Tengo la fortuna de enseñar la exposición Nebrija (c. 1444-1522). El orgullo de ser gramático “Grammaticus nomen est professionis”, que se exhibe en la Biblioteca Nacional de España (Madrid), donde se le define como la figura cumbre del humanismo español en el reinado de los Reyes Católicos.
En los inicios del siglo XVI, un humanista era aquella persona que deseaba fomentar el desarrollo del ser humano siguiendo las huellas de los grandes pensadores, como Dante o Petrarca. Se trataba de recuperar el saber del mundo clásico en un nuevo renacimiento, tras recorrer diez siglos de Edad Media gris, llena de guerras, hambrunas y carencias científicas.
El humanismo, entonces, buscaba al hombre trilingüe, que supiera latín, griego y hebreo, fundamental para entender las Sagradas Escrituras. Además, debía usar bien la gramática, la retórica y la filosofía moral, que hoy denominamos ética. En esos tiempos, para que un hombre fuese considerado culto, también debía conocer en profundidad la cosmografía, la astronomía, la botánica, la historia, la poesía… Había de ser, en definitiva, lo que hoy denominamos polímata. Y Nebrija lo fue.
Lo clásico y lo moderno
Se estaba creando el entorno apropiado para que surgieran figuras como Luis Vives, Da Vinci, Erasmo, Tomás Moro, Maquiavelo, Galileo y muchos otros. Pero, ya se sabe, en cuanto se innova y se altera el statu quo —lo siento, un latinismo—, aparecen los problemas con los poderes establecidos, encarnados en esa época por la todopoderosa Inquisición.
En aquellos tiempos lo clásico era lo moderno. Hoy, sin embargo, lo moderno parece ser despreciar lo clásico. Todo aquello que está alejado de las nuevas tecnologías se relaciona con una pérdida de tiempo: mejor olvidarlo. Ahora, más que nunca, la ciencia está detrás de toda tecnología, lo permea todo; aunque, como antaño, la usamos y no la comprendemos.
En 1492, para Nebrija, la clave del humanismo y el progreso estaba en la formación integral de las personas, iniciada desde la niñez. Se comenzaba por entender bien el latín para luego sentar las bases de la gramática de una lengua popular: el castellano.
Un contexto humanista busca la mejora integral del individuo dentro de una colectividad en convivencia
Se acababa de reconquistar la península, de descubrir un Nuevo Mundo, y en esa joven Europa se necesitaban personas bien formadas para afrontar el reto de un renacimiento técnico, científico y cultural. Universidades como las de Salamanca o Bolonia fueron cruciales en este contexto.
Nebrija, por su parte, usó la última innovación tecnológica del momento —la imprenta— para multiplicar la difusión de sus obras. De hecho, fue uno de los primeros en rentabilizar los derechos de autor.
Hibridación
Aunque lo comprendí en toda su extensión mucho después, ya en mis tiempos de estudiante intuí que era un error hacer que los alumnos tuvieran que optar entre Ciencias y Letras en el Bachillerato. Normalmente, los más capaces elegían la primera vía para realizar ingenierías o carreras técnicas.
Luego se añadió una tercera categoría, Mixtas, un sándwich para aquellos que necesitaban matemáticas porque iban a cursar Económicas. ¿Acaso el científico o el tecnólogo pueden prescindir de saber redactar o comunicar bien en público?; y el historiador, el filósofo, el artista ¿se pueden permitir la ignorancia sobre las finanzas o el cálculo?, ¿se privarán de poder interesarse en algún momento por la astronomía?
La referencia a la astronomía no es caprichosa: recientemente he tenido la fortuna de seguir de cerca el postgrado en Física de un sobrino en el Instituto Tecnológico de Florida, cuyo lema es Ad Astra per Scientiam, en latín, como escribía Nebrija. Esta institución se creó en 1958 cerca del centro espacial J. F. Kennedy en Cabo Cañaveral. Su objetivo era dotar de profesionales técnicos y científicos cualificados a los programas espaciales Mercury, Gemini y Apolo de la NASA, diseñados para colocar a un hombre en la Luna en 1969.
Estamos en plena revolución tecnológica, una transformación colectiva que se obra desde el individuo
Este campus está pensado para fomentar la motivación, la integración, la formación y la comunicación entre los estudiantes de las diferentes materias técnicas; y para hacerlo de un modo práctico e integral, alejado de los métodos de nuestras, si me permiten, aún muy teóricas, burocráticas y politizadas facultades.
En el Tecnológico de Florida, un variado colectivo de estudiantes, procedentes de multitud de países, intercambian culturas e ideas. Un contexto que sí podríamos denominar humanista y que busca la mejora integral del individuo dentro de una colectividad en convivencia.
Un Instituto que, entre los estudios de aeronáutica, pilotaje y ciencias (incluidas la física, la computación, la biomedicina o la astrobiología), incluye filosofía, psicología, administración de negocios, análisis del comportamiento… y un máster en arte; sí, en arte, fundamental para que la formación sea verdaderamente integral.
Humanismo y formación integral
Después de esta experiencia, tiene sentido recordar a una figura como la de Nebrija en el quinto centenario de su muerte, acaecida en 1522. Más aún en un contexto que yo denomino VUCADA: volátil, incierto, complejo, ambiguo y, añado, peligroso y acelerado.
Hoy, como entonces, estamos ante un nuevo paradigma, a las puertas del mayor desafío que ha conocido la humanidad con respecto a la tecnología, la comunicación o incluso la medicina, pues en pocas décadas mutaremos como especie.
Estamos en plena revolución tecnológica, un fenómeno que, no lo olvidemos, es una transformación colectiva que se obra desde el individuo. En ella, el tratamiento masivo de datos, el acceso a la información —o la desinformación—, la IA y los metaversos amenazan con cambiarlo todo, llevándonos a diferentes realidades y a un posthumanismo nuevo.
La clave de esa adaptación al progreso acelerado sigue siendo la formación integral, sólida, amplia y cimentada en los valores éticos del hombre, que se deberán extender a las máquinas que construya. No podemos sustituir la excelencia y la exigencia por la complacencia y la comodidad.
La clave de esa adaptación sigue siendo la formación integral, sólida, amplia y cimentada en los valores éticos
Al igual que hoy sabemos que los avances técnicos y los descubrimientos nos sacaron de la Edad Media y nos llevaron al mundo diverso y global del Renacimiento, ¿no se pensará lo mismo sobre esta época cuando se la contemple desde el futuro? No puedo dejar de notar similitudes entre ambos períodos, separados por cinco siglos.
¿Habrá nacido ya un nuevo Antonio de Nebrija?, ¿alguien que ponga orden y rigor en la actual confusión mediante un lenguaje claro que allane el camino de nuestra comprensión de la técnica, la ciencia y las humanidades?, ¿qué reavive el interés por nuestra memoria e historia en una Europa hoy desdibujada y sin humanismo?
El camino que queda es largo y apasionante. No hay atajos. Como decía Elio Antonio de Nebrija: lo difícil es hermoso. El camino estrecho y difícil es el bueno; el camino ancho y fácil nos llevará a la perdición.