Nuestro hijo de siete años nos preguntó: ¿los robots saben que existen? Ya es un mindful leader, preocupado no solo de lo que él percibe, sino también de lo que perciben los demás, robots incluidos. ¿Tú lo haces? Para entender al otro debemos entender también lo que él percibe y siente, tanto si es una relación personal como si eres su proveedor de servicios o productos.
Por otro lado, ¿debemos ampliar la percepción de las máquinas, incluida su autopercepción? No quiero entrar en visiones apocalípticas ya conocidas, del tipo de “si las máquinas se dan cuenta de nuestra propia capacidad de destrucción, podrían acabar con nosotros como manera de asegurar la supervivencia del planeta, y de unos pocos que queden”. No, hoy quiero ir mucho más a lo inmediato, que decide lo posterior, ojo.
Empecemos por el principio: liderar de manera eficiente nuestra vida implica ampliar nuestra percepción de la realidad. Desde el enfoque fenomenológico sabemos que andar interpretando la realidad puede ser francamente confuso, por lo que es más interesante observar fenómenos emergentes de naturaleza real e indiscutibles. Ahí la llegada de la transformación digital nos ayuda enormemente con el acceso a millones de datos (big data). Si nuestra conciencia aumenta gracias a las máquinas, debemos estar agradecidos y escuchar lo que nos dicen: por ejemplo, el planeta se hunde, tú no lo puedes ver porque te falta perspectiva y tiempo, pero las máquinas sí; el nivel del agua aumenta y si vives en una zona que se va a anegar, mejor reaccionas hoy que mañana.
La tendencia es dejar que estas máquinas tan inteligentes hagan nuestro trabajo
El gobierno de nuestra vida
Mi trabajo está íntimamente relacionado con las personas, por lo que mi labor diaria tendría más que ver con la apertura a esa percepción más amplia que nos dan las máquinas, y con la adaptación a los cambios que la conciencia nos invita a hacer a raíz de ello. Sin embargo, hoy, motivado por el comentario de mi hijo, me surge una nueva vuelta de tuerca en lo personal y lo profesional.
Las máquinas están aprendiendo con inteligencia artificial mucho más de lo que nosotros mismos sabemos; conocen nuestros movimientos físicos y virtuales, tendencias de consumo, gustos, preferencias, relaciones… No solo tienen los datos, también van aprendiendo —ellas solas— a interpretar y actuar (machine learning). Si pudimos llegar a la Luna con un ordenador equivalente a un teléfono actual, imagina lo que ahora pueden hacer. Como apuntaba en un artículo que titulé “Robots comunicando con robots”, la tendencia es dejar que estas máquinas tan inteligentes hagan nuestro trabajo: que comuniquen por nosotros, sean nuestra imagen y voz en el mundo y también que reciban ellas la información y la procesen, incluso decidiendo lo que más me interesa, como por ejemplo el camino para ir a trabajar, porque saben dónde hay más tráfico, y yo no.
Vamos perdiendo sentido de la orientación porque dejamos de usarlo. Poco a poco, abandonamos conciencia y gobierno de nuestra vida y dejamos esa “tarea” a las máquinas.
Está bien, ¿no? No conozco la respuesta, pero puedo abrir dos hipótesis que requieren trabajo posterior por nuestra parte. En el caso negativo, debemos reconocer un peligro muy real: la nueva sociedad tecnológica parece que pone a la persona en el centro de la escena, pero, en realidad, en una sociedad donde los robots hablan con robots, lo que ya no hay es personas. En el centro, y en la periferia, solo queda tecnología: es una sociedad de máquinas para las máquinas y nosotros somos sus servidores, en la sombra.
Finalmente, en el caso positivo, como enfoque optimista, debemos poner cuidado en dónde colocamos nuestra capacidad de atención y producción. Podemos tener al alcance de la mano una oportunidad evolutiva sin precedentes para crecer como personas y como sociedad, preocupados por el bienestar común, la sostenibilidad, el cuidado mutuo, aprovechando que las máquinas producen y trabajan para nosotros.
Vamos a una sociedad donde los robots hablan con robots; lo que ya no hay es personas
Cambio de paradigma
Cualquiera en su sano juicio elegiría la segunda opción, ahora bien, la pregunta es: ¿el sistema de consumo-capitalismo permitirá un cambio de paradigma así? Por lo pronto, parece que la riqueza se acumula en cada vez menos manos (en 2015 el 1% de la población mundial alcanzó tanto patrimonio como el 99% restante, o, lo que es peor, el 71% de la población tiene solo un 3% de la riqueza mundial). Pero es que, además, el propio mercado desaparece porque los ricos no pueden —ni quieren— consumir más para compensar y mantener la demanda. Si no hay quien tenga dinero, no hay quien compre y, por tanto, no hay quien venda. Podemos estar llegando al final del capitalismo por el suicidio del sistema.
¿Piensas que no he acabado positivo? Te confundes. ¡Renuncia a tus prejuicios, esquemas conocidos y apegos, y sigue ampliando tu percepción, porque esto va muy deprisa, y muy lejos!