Durante muchos años he leído en los clásicos la sabiduría de la rendición, a la vida, a Dios, a lo que tiene que ser. Francamente, no siempre lo he compartido, ni mucho ni poco. Mi carácter luchador y cabezota ha hecho que siempre tratara de hacer las cosas como consideraba que tenían que ser, incluso si muchas veces eso incluía negarme a mí mismo y nadar río arriba en vez de dejarme caer con el torrente, que es mucho más agradable.
Mi locura ha sido tal que hasta le he podido otorgar más valor al camino cuesta arriba que al cuesta abajo, pensando, locamente, que si cuesta más, es porque tiene más recompensa. Así, hice deporte de alta competición e incluso una de las oposiciones más duras de España, tensando mi cuerpo para atender más, doce horas al día, seis días y medio por semana, durante cinco años. Algo de lo que me sigo recuperando décadas después.
Con la descompresión, el cuerpo se relaja y es capaz de mil cosas más de las que uno pensaba
La actitud de perseverancia podría ser contemplada, a nivel muscular, como la de aquel que se sube a un toro mecánico y se agarra con todos sus músculos para no caerse. Objetivo: aguantar; y así se pasa la vida luchando por agarrarse mejor. La tensión no solo es en manos, brazos, piernas y columna, como muchos creerán. Uno se agarra también con el perineo y la mandíbula, que muchos aprietan día y noche, y hasta con las orejas, me comentaba una persona el otro día, que de tanta alerta tenía los músculos de las orejas completamente agarrotados.
Nos puede parecer ridículo, pero así somos, así soy yo en muchos sentidos, así me empeño en ser, comprimido, apretado, tenso, cada vez que olvido. No, está mal dicho, así actúo yo, excepto cuando recuerdo que eso no es vida, que se puede y se debe respirar mejor, mover el cuello y la boca, que todo se aprieta en la especie de vida bélica que muchos llevan en tiempos de paz.
Descomprimir el cuerpo
De todos los trances que yo he pasado en mi vida, que en realidad eran crisis de curación, quizás la depresión ha sido el más angustioso: era como una especie de masa negra que se me adhería sigilosa por el cuerpo, y poco a poco, mes a mes, no me dejaba moverme ni expresarme, intoxicándome y nublándome hasta el discernimiento, dejándome como única esperanza que todo se acabara pronto. Sin embargo, en una clase de movimiento expresivo me dejé caer en un lateral, carente de vida, fuerza y ganas, y, quizás por primera vez en mi testaruda vida, decidí abandonarme, dejarme partir, sin miedo a la muerte.
Lo que allí ocurrió fue un verdadero milagro completamente inesperado. Sentí que mi cuerpo se descomprimía de tanta lucha por sostener el tono muscular que creía necesario para vivir, falsamente, y así descansaba en la relajación de no tener que estar alerta, ni siquiera de sostenerme más, de no tener que ser más, más alto, más guapo ni más listo en esta sociedad competitiva que creamos entre todos. Lo siguiente que observé como fenómeno fue que mi alma sintió una especie de alivio desconocido, de ligereza, de subir hacia el cielo sin abandonar el cuerpo. Mi cuerpo y yo, más allá o más adentro, lo notamos. Despertando a otra manera de estar en el mundo, desconocida para mí.
Salir reforzado
Recientemente he tenido el placer de empezar una relación de amistad con Álvaro Vizcaíno, la persona cuya experiencia inspiró la película Solo, que recomiendo ver, como historia de superación e inspiración, plasmada además mediante una maravillosa fotografía y estupendos actores. Este hombre tuvo un accidente yendo a surfear solo en Canarias, cayó por un acantilado, se partió la cadera y quedó incomunicado durante mucho tiempo (por no contártelo todo, mejor ves la película, lees el libro o le escuchas a él). Lo que para él fue una crisis vital, con todas las papeletas para acabar con su vida, le sirvió de oportunidad para salir reforzado, como tú puedes hacer con tus propias crisis.
Lo que más me llamó la atención del discurso de Álvaro, por lo profundo, y quizás incomprendido por muchos, es esta descompresión de la que hablaba antes. Cuando él se enfrentó a la muerte dentro del agua, y se dejó ir, se produjeron muchas cosas que vengo mencionando en este y otros textos. Primero, la descompresión, cuando el cuerpo se relaja es capaz de mil cosas más de las que uno pensaba. Segundo, como explicaba en “Gestión del dolor y la enfermedad”, uno puede en un momento dado bilocarse, “colocarse” al lado de uno mismo y hablarse de yo a yo, motivarse, darse perspectiva, introspección, confrontación, apoyo, etc. No es locura, es un don que los que ya hemos vivido te explicamos para que tú no te asustes si te pasa, y para que lo desarrolles en crisis y oportunidades.
Mejor que aprendas en tus propias crisis, del tamaño que sean, antes de llegar a las que menciono
Muchos pensarán que estas situaciones les son ajenas, que ellos no están en depresión profunda, con dolor extremo, ni en el medio del mar con una cadera rota, famélicos y sedientos, anhelando la muerte. Lo sé, pero mejor que aprendas en tus propias crisis, del tamaño que sean, antes de llegar a las que menciono, donde muchos no resilientes se ahogan, se suicidan (diez personas se quitan la vida al día en España) o, simplemente, llevan una vida penosa en comparación con la que podrían vivir (según la OCU, una de cada tres personas en España toma ansiolíticos y/o antidepresivos).
Aflojar y aceptar
Muchos de los que vienen a consultar su crisis conmigo por primera vez tienen fantasías catastróficas sobre lo que les puede suceder si se dejan ir, y están paralizados física, mental y espiritualmente por tanta compresión: abandonar a su mujer, a la familia, el trabajo, a los padres, soltar una apariencia, una orientación sexual, un rol o una fachada ante el mundo. Por loco que parezca al que todavía está loco sin saberlo, es mucho mejor aflojar y aceptar. Además, en la mayoría de los casos no se produce nada de lo que temen, simplemente se descomprime el cuerpo y el alma al aprender a vivir de lo sencillo, manteniendo la esposa, los hijos y el trabajo, pero enfocando la vida de otra manera, con más calidad y menos tensión.
Para finalizar, la descompresión y la rendición, de la que renegué durante mucho tiempo, empiezan a ser para mí un barco cómodo desde el que vivir más cerca del Dios de las mareas que nos llevan y traen. Dejar de empeñarme en ser, y simplemente ser y flotar. Dejar de esforzarme por todo y aceptar que lo que hay es suficiente. Dejar de anhelar otro lugar y disfrutar el presente, en lo majestuosamente sencillo, me parece la clave de todo, nada más y nada menos. ¿Te atreves? No te asustes, te doy la mano para que salgas de tu jaula imaginaria. Ven, se puede hacer.