Vivimos en una sociedad que no descansa, que vive con prisas, saturados de tareas so­brevenidas y autoimpuestas, atiborrados de información, imprevistos, inconvenientes, demandas que se superponen unas a otras sin haber concluido las previas, vidas ansio­sas en busca de una felicidad que no llega. Vivimos cada vez con menor capacidad de concentración y sabiendo que no nos valo­ran como merecemos.

La aceleración se vuelve crónica. Las con­versaciones son apresuradas, conducimos mientras hablamos por el móvil, se ofrecen cursos para aprender idiomas en tiempo récord, engullimos comida precocinada delante de pantallas. Dormir mucho acaba pareciendo de personas indolentes, así que retrasamos la hora de acostarnos.

Sentimos agobio cuando pensamos en todo lo que aún nos queda por hacer y en lo que podíamos haber hecho. Queremos abarcar la mayor cantidad de tareas en el menor tiempo posible y nos agrada tener que espe­rar para conseguir lo que nos proponemos.

Es imposible comba­tir tanta presión. De hecho, parece que hubiera un complot para mantenernos tensos. Nuestra cul­tura asocia la lenti­tud con la ineficacia y la torpeza, desprecia la acción minúscula — que es la que encierra las claves del éxi­to— y solo aprecia que viene acompañada por un redoble de tambores.

Hay que volver la mirada hacia uno mismo para poder hablar de productividad

Pero estamos muy equivocados. Ser produc­tivo supone trabajar menos horas y tener más y mejores resultados; por tanto, mayor tiempo para dedicarnos al resto de las áreas de la vida. Mi libro, de hecho, incluye un capítulo que habla sobre este tema: dedica­mos mucho tiempo al aspecto profesional, pero olvidamos nuestro bienestar en otras áreas vitales. Hemos de volver la mirada ha­cia nosotros, cada uno hacia sí mismo, para poder hablar de productividad.

Las cosas pueden ser de otra manera y ne­cesitamos estar en actitud de cambio. Ese cambio somos nosotros. Para lograr un buen rendimiento laboral hay que trabajar las seis áreas que configuran la rueda de la vida: la salud, la familia, la formación, el ocio y la parte ética y espiritual. Si quere­mos triunfar en el ámbito profesional, es esencial ocuparse del desarrollo personal y cultivar las facetas que son más importan­tes en nuestra vida. Para alcanzar el equi­librio vital es necesario desarrollar tanto la parte laboral como la personal y dedicar el tiempo suficiente a cada una de ellas.

Nuestra felicidad depende de que seamos coherentes con nosotros mismos. Un mundo mejor depende de que nuestras relaciones sean saludables y armónicas. Tener hábitos saludables y mantenernos en forma, cuidar nuestro entorno familiar, cubrir las nece­sidades de ocio, ampliar nuestros conoci­mientos o explorar diferentes dimensiones de la espiritualidad son algunas de las cues­tiones que hemos de impulsar para mante­ner en equilibrio esa rueda que aumentará nuestra productividad en el día a día.

El método que propongo a empresarios, directivos, profesionales o particulares se basa en aprender, con trabajo y esfuerzo, un procedimiento que ayuda al cerebro a priorizar correctamente, con el objetivo de ser más productivos y mejorar la calidad de vida encontrando ese equilibrio entre la fa­ceta profesional y la personal. Consiste en realizar, día a día, pequeñas acciones que te acerquen a alcanzar tus sueños y el éxito profesional. Para ello, uno debe ser perse­verante y constante, sumándole una dosis de motivación que nos mantenga decididos a llegar hasta el final. Se trata de encontrar un sentido a lo que hacemos y al tiempo que dedicamos a ser felices.