Mentiras arriesgadas. “En 2015, el 80% de la información del mundo será incierta”. Impactante frase que, ya en 2012, aparecía en el estudio Global Technology Outlook, de IBM Research. De eso hemos pasado a saber que “en 2022 consumiremos más noticias falsas que verdaderas”, según Gartner. Esta sentencia es aún más demoledora. Vamos a ser la última generación en la historia de la humanidad que pueda distinguir qué es verdad y qué es mentira, algo que, por otra parte, nunca fue fácil.
“Si se me escapa alguna verdad de vez en cuando, la escondo entre tantas mentiras que es difícil reconocerla”. Maquiavelo
En la Biblioteca Nacional de España, una exposición temporal titulada “Noticias verdaderas. Maravillosos prodigios. Relaciones de sucesos en la BNE y los orígenes del periodismo”, que tengo el gusto de enseñar, muestra que ya en nuestro Siglo de Oro abundaban las noticias falsas y manipuladas por los poderes establecidos. Estos vieron cómo se podía influir en la opinión, publicando y magnificando victorias de los ejércitos propios y acallando las del adversario, mezclando ciencia con religión o, simplemente, desviando la atención hacia temas de corrupción o más frívolos.
Hasta el nacimiento de la imprenta, sobre 1452, la transmisión de noticias fue oral. Así aparece, por ejemplo, en el episodio de la venta del Quijote. Se leía en voz alta, a veces en verso, para que la información fuera más fácil de recordar; y quienes escuchaban transmitían luego lo oído, lo que permitía que se alterase el mensaje, de forma intencionada o involuntaria.
Mentiras permanentes
Con la imprenta el mensaje escrito se hizo permanente, lo cual tampoco garantizaba que fuese cierto, ya que se publicaban falsedades adrede, bien porque no se habían comprobado (al respecto de esto, la máxima del Chicago Tribune es contundente: “Si su madre dice que lo ama, compruébelo”) o porque se quería influir y generar opinión (“Las malas personas no pueden ser buenos periodistas”, nobles palabras de Ryszard Kapuscinski, que hoy nos suenan ingenuas).
En el presente, las deep fakes usan algoritmos RGA que modifican el rostro de una persona que aparece en una imagen o vídeo para crear un contenido que nunca ha existido en la realidad. De ahí su nombre de redes generativas antagónicas (es viral en TikTok la imagen falseada de un conocido actor de Hollywood). Estos modelos, difundidos masivamente desde plataformas de bots, son capaces de modular expresiones, voces y gestos faciales para crear discursos inexistentes y ponerlos en boca de quien queramos.
Con la imprenta el mensaje escrito se hizo permanente, lo cual tampoco garantizaba que fuese cierto
Una vez más vemos la necesidad de colocar la ética en el centro del discurso. Aunque parece ser que poco importa cuando se trata de desacreditar a una persona, desestabilizar una empresa o socavar un gobierno. Pero igual que la inteligencia artificial ayuda a desinformar eficazmente, también permite, junto con el machine learning, detectar lo falso.
Combatir la desinformación
Por eso veo fundamental poner en práctica una serie de medidas que resultarán claves para combatir la desinformación. Me refiero a aspectos relativos a la educación y el espíritu crítico: ser capaces de desechar el ruido; desconfiar, incluso de lo que nos llega a través de amigos y familiares; seleccionar fuentes acreditadas, contrastadas y fiables; pensar antes de creer una noticia y difundirla.
Periodismo: “Contar con palabras exactas lo que es cierto”. Concisión y verdad
La tarea no es sencilla. Quizá debiéramos recordar la mejor y más concisa definición de periodismo: “Contar con palabras exactas lo que es cierto”. Concisión y verdad. Por desgracia, desde los orígenes, ni la prensa ni nadie que se dedique a informar ha sido jamás neutral; todos tomamos partido, como reporteros o como lectores, de manera consciente o no, en función de nuestra formación, ideas, estudios, entorno, ambiciones, presiones…
Disponer del criterio y la formación necesarios para combatir esas mentiras se hace cada vez más necesario en esta globalizada era digital, en un mundo de eufemismos donde a la mentira se la llama posverdad.
“Yo no digo nunca lo que creo, ni creo nunca lo que digo, y si se me escapa alguna verdad de vez en cuando, la escondo entre tantas mentiras que es difícil reconocerla”. En palabras de Maquiavelo (1521), esta es una declaración de intenciones más que actual. O quizá no, quién sabe, yo les podría estar mintiendo.