En esta ocasión os invitamos a viajar a un país del Mediterráneo, una joya por descubrir, llena de encanto y con una interesante cultura vinícola. Hablamos de Albania: un pequeño país con apenas tres millones de habitantes, ubicado entre Montenegro, Kosovo, Macedonia y Grecia, y flanqueado por el mar Adriático y el Jónico.

Hace 25 años, Albania era uno de los países más cerrados del mundo. En 1991, con la caída del comunismo, miles de albaneses emigraron en pateras y ahora muchos han regresado para ayudar a preservar los conocimientos y experiencias de su país.

Como en una cata a ciegas, no contábamos con mucha información sobre este país tan diverso y aún virgen. Aparte de lo anárquico del tráfico, nos sorprendió lo verde y montañoso que es el país. En el norte se encuentran los llamados Alpes de Albania, una cadena montañosa que invita a esquiar y a hacer senderismo. Además, cuenta con 14 reservas naturales y 450 km de costa (casi todas sin descubrir por los extranjeros).

Su paisaje tiene mucho que ver con el del norte de España y el de Suiza. Tirana, la capital, es una ciudad de un millón de habitantes donde se mezcla lo oriental con lo occidental, iglesias ortodoxas y mezquitas, el canto del muecín en armonía con las campanas de las iglesias, el ambiente de los souks de oriente con los aires glamurosos de las tiendas modernas. Y la gente, encantadora y abierta.

Ema Ndoja y Alexandra Schmedes, de Más Que Vinos, junto a un viticultor albano.

Este país estuvo habitado por los ilirios y por los griegos, y fue recuperada por los romanos en el 214 a. C. Durante los siglos V y VI, lo invaden los visigodos, los hunos, los ostrogodos y los eslavos. En el siglo XIV surgen estados feudales independientes y también queda bajo el dominio del Imperio otomano. Con la II Guerra Mundial llega la invasión de los italianos y, tras una larga guerra, se constituye un régimen comunista que desapareció en 1990, coincidiendo con la caída del muro de Berlín.

Su bebida alcohólica más famosa es el rhaki, un aguardiente parecido al grappa que las familias destilan en casa, pero con esta historia tan compleja no es de extrañar que exista una larga cultura vinícola. De hecho, los romanos ya proclamaron al vino albanés como el más dulce y rico. Es lo que hemos venido a comprobar.

Hay cuatro regiones vinícolas: la costa, el centro, la zona este y las montañas, con gran variedad de uvas autóctonas, como la blanca shesh i bardhë y las tintas shesh i zi y kallmet (que se cultiva en Hungría bajo el nombre kadakar). Ema Ndoja, actriz y forofa de los vinos de su país, nos guiará a través de estas zonas.

El primer día viajamos al sur, a la zona de Berat, una preciosa ciudad de más de 2400 años de antigüedad y conocida por las variedades shesh i bardhë y shesh i zi. Los vinos elaborados con estas uvas nos sorprenden. El blanco es sutil, con poca acidez y muy floral, y acompaña perfectamente los antipasti. El tinto —shesh i zi, que según estudios genealógicos es el “padre” de la variedad cabernet— es de medio peso, con taninos suaves, envolvente y un sabor a bayas negras. Acompaña perfectamente al  guiso de carne y verduras.

Rumbo al norte, a la zona de Mirditë, descubrimos los vinos de la variedad kallmet que, según los expertos, es la mejor del país. Son caldos contundentes, serios, con sabores a frutas negras, buena estructura y adecuada crianza en barrica nueva. En líneas generales, todos los vinos que probamos nos sorprendieron y gustaron.

Como era de esperar, los buenos vinos se sirven siempre con una comida excepcional. La cocina albanesa, según nos cuentan, se basa en la etnobotánica única del país y descubrimos diversos restaurantes, muchos de ellos basados en el movimiento slowfood, que nos deleitan con platos realmente deliciosos. Regresamos a España con las maletas llenas de vinos albaneses sabiendo que éste ha sido el primero pero no el último viaje a Albania.

¡GEZUAR, Albania! ¡Salud, Albania!