
Theo van Doesburg tiene una obra titulada Composición VII (Las tres gracias), una serie de franjas blancas, rojas, azules y beis dispuestas en distintas posiciones sobre un fondo negro. Si uno intenta buscar a las tres gracias, al estilo del famoso cuadro de Rubens, no encuentra nada. Esto es lo que hace interesante esta pintura y manifiesta la grandeza del proceso creativo: nuestro pensamiento toma como referencia una obra anterior, la reelabora y crea algo diferente.
Así funciona la inteligencia artificial (IA). Existe un algoritmo (el equivalente a la mente) que toma como entrada un dato existente (una obra anterior), lo procesa mediante un algoritmo (lo reelabora) y da como resultado un nuevo dato.
Este proceso ha hecho que, por ejemplo, un sistema inteligente de etiquetado de fotos creado en la Universidad de Virginia se volviera sexista. En aquellas fotos en las que aparecía un hombre en una cocina, etiquetaba a la persona con sexo femenino. Algo similar le ocurrió a un sistema de Google que etiquetó a personas de color como gorilas; o el famoso Tay, el robot-charlatán (chatbot) de Microsoft, que acabó escribiendo tuits alabando a Hitler.
Quizá blockchaiN pueda ayudarnos a implantar un comportamiento ético en la IA
La IA puede convertirse en una obra que no podamos llegar a reconocer, como Las tres gracias de Doesburg, pero sin la iluminación de un espíritu artístico. ¿Cómo podemos evitar esto? Quizá
blockchain nos pueda ayudar.
Uno de los aspectos que se discuten sobre la IA es cómo dotarla de un comportamiento ético, de algún algoritmo que la lleve a distinguir lo que está bien de lo que está mal. Mi intuición me dice que esto no es posible programarlo.
Sí es posible un algoritmo que establezca algunos límites y unas directrices de actuación, llamémoslo algoritmo de rudimentos éticos. Pero ¿cómo garantizar que todo sistema de IA dispone de dicho algoritmo en su diseño y que este no sea modificado, o lo sea solo por consenso? Es aquí donde blockchain nos puede ayudar. Su esencia es la descentralización y la eliminación de intermediarios. Entre sus distintas utilidades, más allá de las transacciones monetarias, se encuentran los llamados contratos inteligentes (una acción que se ejecuta cuando se cumple una condición) o la computación distribuida, la ejecución de algoritmos en las máquinas de los llamados mineros, que son los que garantizan la veracidad de una transacción.
Ese algoritmo de rudimentos éticos puede estar distribuido en una cadena de bloques, de tal forma que nadie de manera individual pueda modificarlo (descentralización). Además, todo sistema IA debe conectarse a él mediante contratos inteligentes en una especie de certificación, de tal forma que se pueda producir una acción (por ejemplo, el apagado del sistema de IA), si se produce un resultado no deseable.
En esencia, los posibles riesgos de la inteligencia artificial los tendremos que resolver entre todos y esa es la naturaleza del blockchain: el trabajo de todos, la conciencia colectiva.
Quizá al ver el cuadro de Doesburg no identificamos ninguna de las tres gracias, pero sí sentimos que estamos ante algo nuevo, sublime. En nuestra mano está que al hablar de inteligencia artificial también tengamos la sensación de estar ante algo sublime y no solo ante un conjunto de algoritmos que nos quitan puestos de trabajo. Esa conciencia colectiva de la cadena de bloques puede ser un primer paso.