
Inteligencia, carácter y deseo: según Platón estos son los tres elementos del alma humana y son, por tanto, los que deben configurar la ciudad perfecta. Una ciudad que, a semejanza del alma, estará dividida en tres estamentos: los filósofos, los guardianes y los obreros. Cada uno de ellos deberá cultivar la virtud que más se adecúa a su función: los filósofos desarrollarán la sabiduría, pues ellos deben gobernar; los guardianes, el valor, para proteger la ciudad; y los obreros, la templanza, ya que deben trabajar y obedecer las leyes.
Esta visión recuerda a Un mundo feliz de Aldous Huxley, que está lejos de ser eso: un mundo feliz. Parece lejana y también superada, pero no lo es tanto. De alguna forma se encuentra en las tendencias actuales que cifran en la tecnología y en los algoritmos la solución a todos nuestros males, buscando que las personas intervengan lo menos posible. Es el caso de las llamadas organizaciones autónomas descentralizadas (DAO, por sus siglas en inglés), basadas en la cadena de bloques (blockchain): autónomas porque pueden operar sin la mediación de personas, mediante transacciones controladas por contratos inteligentes; y descentralizadas porque el control se confía en la cadena de bloques.
El futuro digital será posible
si no nos empeñamos en sacar
a las personas de la ecuación
Un ejemplo de organización DAO lo tenemos en la empresa The DAO, creada en abril de 2016 sobre la plataforma Ethereum como una empresa de capital riesgo. Su objetivo era financiar proyectos de manera transparente y descentralizada. Los proyectos eran propuestos por “contratistas”, cuya identidad era validada por voluntarios llamados “comisarios” (curators), quienes los publicaban en una lista blanca para que un inversor pueda financiarlos según su interés. Las transacciones consistían en la transferencia de dinero a un proyecto, que era regido mediante el contrato inteligente (el proceso) entre los contratistas e inversores.
Supuestamente, esta organización descentralizada era perfecta por la ausencia de intermediarios, lo que garantizaba que no se desviara financiación hacia manos poco claras. Un mundo feliz. Es la ciudad descrita por Platón: la inteligencia se encuentra en los contratos inteligentes, sus algoritmos son los filósofos; los guardianes son los “comisarios” o los mineros de blockchain; y los obreros somos el resto. Por desgracia, The DAO no tuvo una existencia feliz. En junio de 2016 se explotó una vulnerabilidad del código y sufrió un ataque que permitió capturar millones de etheres (la criptomoneda de Ethereum) destinados a financiar proyectos. Los bloques de The DAO tuvieron que ser intervenidos manualmente para restaurar la situación. La organización autónoma descentralizada no era tan autónoma, ni nuestro mundo tan perfecto.
El futuro digital solo será posible si no nos empeñamos en sacar a las personas de la ecuación. Ni la inteligencia artificial es tan inteligente, ni las DAO tan autónomas. En todos los casos, es necesaria la intervención humana. El sueño de un mundo feliz no reside en apartar a las personas (supuesta fuente de imperfección) para ser gobernados por máquinas. La razón es simple: esas máquinas están a su vez gobernadas por algoritmos creados por personas.
La solución llega también a través de Platón. Al final del libro IX de La República, donde describe esta ciudad perfecta, reconoce, por boca de Glauco, que tal ciudad “no existe, salvo en nuestra idea”. A lo que Sócrates responde que acaso en el cielo haya un modelo que sirva de referencia a quien lo vea, para “arreglar sobre él la conducta de su alma”. Es decir, si buscamos una ciudad perfecta, no pensemos en cambiar las personas por máquinas, sino en cambiar nosotros.