“Nunca intentes ser el más listo de la sala;
y si lo eres, invita a gente más lista…
o cambia de sala”
A finales de los años ochenta, cuando despegó el mundo de los ordenadores personales, los estados unidos se convirtieron en un hervidero de iniciativas y de nuevas marcas y fabricantes. pero de los CEO de aquella época de crecimiento, el único que lo sigue siendo es Michael Dell.
Silicon Valley es la tierra prometida para todos aquellos que quieren hacerse un nombre en la tecnología. Michael Saul Dell nació en Houston (Texas). Su padre era dentista y su madre agente de bolsa. Pero a Michael le gustaron los negocios desde muy temprana edad. Tenía tanta prisa por dedicarse a ellos que se apuntó a un examen para el acceso al instituto cuando tenía ocho años.
Por dar algunos datos más, con siete años se compró su primera calculadora (con tecnología de 1972) y con quince su primer ordenador, un Apple II. Con ambos hizo lo mismo: desmontarlos de inmediato para ver qué había dentro y cómo funcionaban. Durante el instituto vendió suscripciones del periódico local por teléfono y se dio cuenta de que el perfil de los que le compraban las suscripciones era muy determinado. De este modo, contrató a algunos de sus amigos para que fueran al registro local y recabaran información sobre matrimonios e hipotecas. Organizó toda esa información por grupos y comenzó a llamar a aquellos que tenían la hipoteca más alta. Ese verano ganó 18 000 dólares.
Por complacer a sus padres, Michael Dell entró en la Universidad de Texas para estudiar medicina, pero durante su primer año se dedicó a comprar ordenadores usados para mejorarlos, ampliarlos y revenderlos. Comenzó con 1000 dólares en un business center, con un puñado de empleados para tomar los pedidos y, según el propio Dell, “tres tipos con destornilladores que montaban los equipos”. Pero en vista de que su negocio arrojó cerca de 200 000 dólares en 1984, sus padres le permitieron abandonar los estudios y dedicarse a lo que le gustaba. Seis años después, Dell era el CEO más joven que figuraba en el listado Fortune 500.
Pero, a pesar de haber superado la cincuentena, Michael Dell no tiene visos de detenerse. Entre sus últimas jugadas estuvo el sacar a Dell de la Bolsa, recomprando las acciones de todos los usuarios en una operación de más de 24 000 millones de dólares, para conseguir privatizar la compañía y evitar así las numerosas regulaciones y controles a los que están sometidas las empresas norteamericanas. ¿Así que todo ese esfuerzo para escapar de la burocracia? No exactamente. La jugada maestra de Dell vino dos años después, en 2015, con la compra de EMC por la friolera de 67 000 millones de dólares, en lo que ha sido la mayor operación de adquisición hasta hoy.
Aunque no todo han sido luces en la vida de este emprendedor global. Tanto su compañía como él mismo, y algún otro de los directivos de su empresa, tuvieron que pagar una multa de varios millones por “olvidar” declarar unos pagos que realizó Intel. Pero aparte de ese pequeño “fallo”, Dell es un filántropo importante. Tiene una fundación, junto con su esposa, que se dedica a la educación, salud y muchas otras causas a escala global. La más destacable es, probablemente, la creación de una escuela médica en Texas. Parece que Dell quiere saldar la deuda con sus padres —al no acabar la carrera que ellos querían para él— poniendo a otros “en el buen camino”.
Por otro lado, Dell pertenece al Foro Económico Mundial y otros consejos de importancia. En cambio, abandonó el Consejo de Ciencia y Tecnología de los Estados Unidos cuando Trump subió al poder, como tantos otros de sus colegas de la industria en consejos similares, alegando “diferencias irreconciliables”. Como suele ocurrir, la política y los negocios no siempre van por el mismo camino.