Algunas empresas miran a clientes y usuarios como si fueran una raza diferente: están ellos y nosotros. Luego nos lamentamos porque “ellos” no acaban de entender el producto que acabamos de lanzar. Les culpamos cuando lo fácil habría sido tratar de entenderlos desde el principio. No son ellos y nosotros, no hay dos realidades, solo personas con un interés común: satisfacer una necesidad, distinta para cada individuo y circunstancia. Escuchando a tu cliente, construyendo una relación sana basada en conocer al  otro —yo lo llamo tejer redes— estás dando un paso más hacia el éxito.

En El libro del networking (Editorial Alienta) explico las herramientas que he ido perfeccionando durante mis treinta años de experiencia y que me han convertido en una especie de conector. Yo prefiero llamarlo SEO de personas, porque practicando llegas a aprender cómo posicionar a los demás, a poner el foco en aquellos que hacen cosas maravillosas pero que siempre han estado en la sombra. Les ayudas a conseguir el brillo que se merecen. Un win-win en el que ganan ellos y la sociedad, porque el talento no se puede tener escondido, el talento contribuye a cambiar el mundo.

Te invito a sumar las relaciones en directo. Te invito a vivir rodeado de personas

Son las personas las que lideran los cambios, también en las empresas. Nos obcecamos en buscar los mejores sistemas de gestión, la última actualización, pero ¿hemos preguntado a las personas qué es lo que necesitan? Fallamos en la escucha, nos deslumbra la tecnología y olvidamos a los que tendrán que manejar los mandos. Y me dirás: “Sí, pero en el futuro eso lo harán los robots”. De acuerdo, prueba a abrazar a un robot. Puede que los programen para devolver abrazos, pero la calidez, ese sentimiento de hermanarse con el que abraza, no van a conseguir copiarlo.

De eso va mi libro, de dejar de mirar únicamente hacia delante y dirigir la mirada alrededor, ver a los demás, descubrir qué puedes aportarles y sumar aunque no vayas a sacar nada a cambio. Mi filosofía de vida va impresa en el reverso de mis tarjetas de visita: “Dar sin esperar, recibir y recordar”. Porque cuando no buscas el mero beneficio comercial, cuando te relacionas por el mero placer de hacerlo, de conocer a los demás, el otro lo nota y le gusta. Que alguien te pida algo —dinero, un favor, una recomendación— cinco minutos después de haberte conocido no le gusta a nadie, ¿verdad? Lo que nos hace sentir bien es descubrir que alguien ha hecho algo por nosotros sin necesidad de pedirlo, las cosas que no se esperan.

Puede parecer muy básico, pero funciona. Fíjate en mí, un empresario de Alcobendas que hacía networking desde mucho antes de saber qué significaba esa palabra. Lo importante no es cómo lo llames, es que lo practiques: el networking con corazón, tejer redes, unir los puntos. Inventa la etiqueta con la que te sientas cómodo, pero ponte a ello. Porque la inteligencia relacional, como las abdominales, se puede entrenar. Al principio costará, tendrás que esforzarte, pero llegará a convertirse en un hábito, te saldrá automáticamente como me sucede a mí. Y verás que tu vida mejora, que las personas te miran de forma distinta y, lo que es más importante, que los demás empiezan a hacer lo mismo.

La empatía es contagiosa, una auténtica plaga. Esas son las plagas que nos encantan y no la soledad que se está adueñando de este mundo. Nos hemos refugiado en las redes sociales, nos relacionamos sin arriesgarnos, nos escondemos y nos perdemos el mundo. Por eso te invito a sumar las relaciones en directo (1.0) con las redes sociales (2.0). Te invito a vivir en el 3.0, rodeado de personas.