Mayéutica. El cerebro humano tiende a aceptar información que confirma lo que ya cree, independientemente de la veracidad de los datos. Del mismo modo, rechaza todo aquello que cuestiona las creencias previas. Natural y humanamente, activamos el mecanismo de defensa ante un abrumador flujo de información constante que escapa a nuestro control. Este mecanismo se conoce como sesgo de confirmación.

La tecnología acelera el juicio banal

Ciertamente, corremos el riesgo de despojar de valor a los hechos reales anteponiendo la propia opinión y el juicio rápido sobre lo sucedido. Recurrimos de forma sistemática a atajos mentales para explicar lo que sucede a nuestro alrededor. Hoy más que nunca, la opinión se torna sagrada, nos envolvemos en “nuestros harapos intelectuales, despreciando lo que ignoramos”, como diría Machado.

La algoritmización nos sitúa lejos de poseer información completa que permita esclarecer la veracidad de los datos que recibimos

Cabe señalar que, en plena época del “dataísmo”, la red contribuye a que construyamos juicios a partir de nuestras propias creencias. El individuo ya no es soberano de sí mismo, sino el resultado de una operación algorítmica que lo domina sin que él lo perciba.

Los buscadores y las redes sociales filtran y personalizan la información que ofrecen según los gustos del usuario. Los algoritmos deciden qué debemos ver, pensar o leer, y, para reforzarnos en nuestras creencias, nos muestran valoraciones afines a nuestras ideas, o comentarios en foros, o ratings que catalizan el sesgo de confirmación de los pensamientos ya preconcebidos.

Según Eli Pariser, exasesor de Barack Obama, la personalización invisible te lleva a pensar que tienes una visión holística de un asunto cuando, en realidad, eres víctima de una visión distorsionada.

Cada vez resulta más difícil tener un discurso imparcial y libre. Un mundo construido a partir de todo lo que nos resulta familiar o con lo que a priori estamos de acuerdo es un mundo en el que no hay nada que aprender. Será que, como decía Epicteto, “es imposible aprender sobre lo que se cree saber”.

Más mayéutica ¿tecnológica?

En este contexto de conexión completa, en el que resolvemos nuestras inquietudes intelectuales y de información a golpe de clic, ¿dónde queda el pensamiento crítico? La algoritmización, como se ha comentado, nos sitúa lejos de poseer información completa que nos permita esclarecer la veracidad de los datos que recibimos.

Ahora bien, hace unos años, el filósofo francés Bernard Stiegler —quien acuñó la expresión mayéutica tecnológica— aseveró que las herramientas de “afuera” desempeñan un papel muy relevante a la hora de configurar nuestro “adentro”. Stiegler sostenía que en nosotros hay algo que somos y que, a la vez, no somos hasta que la herramienta lo extrae o le da forma.

Los sistemas de recomendación basados en inteligencia artificial tienen sus defensores y sus detractores. Los favorables consideran que se trata de una evolución mejorada de la mayéutica de Sócrates, ya que, mediante preguntas a la blogosfera y a Internet, obtenemos la verdad de las cosas. No en vano son los algoritmos quienes realmente nos conocen.

Los más críticos, sin embargo, consideran esta tecnología como fuente de desinformación y de radicalización del pensamiento. Sería, a su juicio, una versión deformada del método socrático, ya que el ateniense siempre apoyaba el espíritu crítico y el cuestionamiento como punto de partida de cualquier razonamiento.

¿Es esta una forma de manoseo de la mayéutica de Sócrates que corrobora nuestro sesgo de confirmación? ¿O son los algoritmos quienes realmente nos conocen y activan de manera exponencial nuestro pensamiento crítico?