«Paul Allen era conocido como “el hombre de las ideas” y Bill Gates como “el hombre de las acciones».

En los años setenta, época de cabellos largos y pantalones anchos, Paul Allen pensó que el mejor nombre que se le podía poner a una compañía de software era “Micro-soft”. Y así se lo hizo saber a Bill Gates, el más famoso de este dúo fundador de una de las mayores empresas del planeta. Y este aceptó. El resto es historia.

Todo el mundo relaciona a Bill Gates con Microsoft, pero Paul Allen fue el otro progenitor del gigante del software. Los rumores internos describen a Allen como “el hombre de las ideas” y a Gates como “el hombre de las acciones”. Ambos se conocieron en el instituto, cuando tenían 12 y 14 años. Siete años después, Allen convenció a Gates de que abandonara la universidad y fundara Microsoft con él; poco después estaban creando software para Apple y Commodore.

Cuando Microsoft se presentó para ofrecer a IBM el sistema operativo que iba a formar parte de todos los PC, fue Allen el que consiguió organizar la compra de un sistema llamado Q-DOS, que entre Gates y Allen convirtieron en lo que sería MS-DOS. De esta forma ganaron la batalla a su competidor de entonces, CP/M, que aún no estaba listo. Esa fue la piedra angular que inició el dominio total del mercado de los sistemas operativos y del software a lo largo de los años ochenta y noventa.

En 1983 Allen fue diagnosticado de cáncer y decidió abandonar su rol activo en Microsoft. Tras la radioterapia superó la enfermedad y quedó libre de ella. En esa época creó su compañía de inversiones, Vulcan Ventures, y comenzó a mirar hacia otros campos, para ver si encontraba problemas que pudiera resolver, y para hacer realidad su sueño de un mundo conectado. Todo esto, antes de que Internet ni siquiera hubiera despegado.

Aunque a Allen no le gustaba estar en el ojo público, y siempre ha tenido el aspecto de alguien a quien no le gustan los excesos, este millonario no tenía un perfil tan bajo como se podría pensar. Por ejemplo, poseía varios yates, uno de ellos, llamado Octopus, con una eslora de más de 130 metros; e incluso su propio submarino, capaz de dar cabida a diez personas…¡durante dos semanas! A bordo de ese yate se han celebrado sonadas fiestas a las que han asistido personajes como Mick Jagger y Damian Marley, entre otros. Sin embargo, Allen también prestaba su yate para misiones de rescate o investigación, y para ello lo dotó de dos helipuertos.

Además, Allen era un apasionado de la música e incluso sacó un disco. De hecho, su afición le llevó a abrir un museo en el año 2000, dedicado al rock and roll  y a su ídolo Jimi Hendrix, en un edificio espectacular que parece una guitarra derretida.

Como tantos otros magnates americanos (en el momento de su muerte la fortuna de Paul Allen se estimó en 20 300 millones de dólares), el cofundador de Microsoft com­pró un equipo de baloncesto. Y luego otro de fútbol americano… y luego parte de un tercero.

Otra de sus aficiones fue el arte. Aunque le apasionaba la pintura, Allen nunca dejó de ser un hombre de negocios y en numerosas ocasiones vendió cuadros que había adquirido años antes, con pingües beneficios. Algo parecido hacía con las numerosas propiedades que poseía alrededor del mundo. En concreto, vendió su mansión de Malibú porque “no le gustaba el ruido del océano”.

En 2009 se le diagnosticó linfoma y Allen se sometió de nuevo a radioterapia, superando esta nueva enfermedad una vez más. Pero, finalmente, en octubre de 2018 recayó y murió debido a complicaciones derivadas del cáncer. Descanse en paz.

Mirando al futuro

Pero no es justo retratar a Allen como un excéntrico millonario, cuando ha dedicado más de 2 000 millones de dólares a proyectos filantrópicos. Paul Allen ha financiado proyectos de investigación médica, otros como SETI, ha fundado institutos de investigación cerebral y biociencia; o su Allen Institute for Artificial Intelligence enfocado a dotar de sentido común a las máquinas. Además, creó una startup para construir el mayor avión del mundo, capaz de lanzar cohetes al espacio desde 10 000 metros de altura.

Su compañía de inversiones, Vulcan Ventures, no solo acomete proyectos humanitarios, sino que también tiene importantes paquetes de acciones en Uber, Amazon y Facebook.