
El uso real del efectivo que harán los hogares de la zona euro en el futuro está más presente que nunca en la agenda del sector financiero. El interés de los bancos por conocer el comportamiento de los clientes es cada vez mayor, lanzándose a desarrollar nuevas funcionalidades en soluciones de pagos a través del móvil (e-wallet) que les otorguen una ventaja competitiva en un terreno en el que ya han entrado actores no tradicionales tales como Apple, Samsung y Android.
Los datos que ofrece un reciente estudio del BCE indican que en el 78,8% del volumen de transacciones realizadas en 2016 se utilizó el efectivo, mientras que su valor global en euros fue inferior al 54% del total, con un valor promedio por transacción inferior a 13 euros. A partir de estos datos se aprecia que utilizamos todavía el efectivo de manera mayoritaria para pagos de baja cuantía, derivando a pagos digitales las transacciones de mayor valor.
A nivel global, los pagos digitales ganan cada vez más adeptos que van dejando de lado el dinero tradicional para decantarse por métodos de gestión del capital mucho más sencillos y cómodos. Solo en 2016, el volumen de transacciones de pago sin efectivo (pagos digitales, tarjetas de crédito y débito o cheques) se incrementó un 10,1% hasta alcanzar los 482 600 millones. En gran medida esto se debe al crecimiento en los países en vías de desarrollo, sobre todo en la región del Asia emergente, Europa central y Oriente Medio. Como ejemplos, se pueden mencionar países como la India, donde el incremento fue del 33,2%; China, con un 25,8%; y Rusia, con un 36,2%.
Pero estos no son los únicos países donde está ocurriendo. Sorprende que en España, tras tener un crecimiento plano durante los últimos años, el porcentaje de pagos digitales haya aumentado un 12,3% en solo doce meses. De este modo, se sitúa como octavo país del mundo donde más subió este modelo de pago, según el último World Payment Report de Capgemini, y muy por encima de otros como Francia (3,8%), Alemania (6,4%) o Portugal (7,7%).
Digital wallet
Dentro de esta transformación existe un mercado en particular que tiene un gran potencial, y que amenaza con robar a la banca gran parte de este negocio: las e-wallets, que ya suponen un 8,6% de los pagos electrónicos. Estas carteras digitales son aplicaciones de pago móviles que permiten que los usuarios realicen transacciones a través de tarjetas o transferencias de crédito.
Las bigtech están aprovechando estas apps para abrirse un hueco en el sector financiero con el desarrollo de sistemas propios. De hecho, de los 41 800 millones de transacciones de pago que se realizaron a través de e-wallets en 2016, el 71%, casi 30 000 millones, fue a través de servicios ofrecidos por grandes tecnológicas.
El crecimiento de las nuevas modalidades se está viendo impulsado por la tecnología móvil y por una variedad de factores regionales. La penetración de los móviles y wereables, así como el coste de las tarifas de datos, desempeñan un papel muy importante a la hora de determinar el éxito de los esfuerzos de digitalización. La combinación de todas estas circunstancias puede afectar al ritmo de proliferación de las carteras digitales en un país. En Asía, por ejemplo, la multiplicación de los códigos QR y de las aplicaciones que los utilizan ha impulsado la adopción de estas tecnologías debido a la comodidad que supone escanear un código de este tipo.
Algunos ejemplos
Como ejemplo cabe destacar WhatsApp Pay, que Facebook está probando en la India como proyecto piloto y que pretende desbancar al actual líder del sector: Paytm. La aplicación de Facebook utiliza el UPI o Unified Payments Interface, un sistema controlado por el banco central del país que permite conectar cuentas bancarias sin tener que pasar por otros intermediarios. Esto permite que una única app esté conectada a varias cuentas simultáneamente y transfiera hasta 100 000 rupias (unos 1200 euros) de forma instantánea.
En España, es muy representativo el sistema Bizum. La iniciativa —impulsada por el Banco de España en 2016 y con el respaldo de la mayor parte de entidades así como con el de las patronales sectoriales AEB, CECA y UNACC— ya suma más de dos millones de usuarios. Este sistema se diferencia de otras soluciones en que no se trata de una aplicación en sí, sino que se integra en las apps de los bancos que lo utilizan y permite realizar transferencias solo con introducir el teléfono o el contacto (en caso de que lo tengamos guardado) del beneficiario.
Esta es una forma sencilla de salvar posibles problemas de seguridad, ya que, al utilizarlo desde la solución bancaria, requiere las mismas credenciales que hacen falta para acceder a esta. Con todo, desde la misma plataforma indican que probablemente se lance una aplicación propia a finales de 2018 y no descartan trabajar en el futuro con otros sistemas, tales como WhatsApp o Apple Pay.
Experiencia del consumidor
Este supone un muy buen ejemplo de cómo los bancos han entrado en la carrera para repartirse el mercado de transferencias digitales y buscan adelantarse a las bigtech en su propio terreno.
La especialidad de las grandes tecnológicas está en ofrecer una interfaz superior respecto a otros actores. Su enfoque en la experiencia del consumidor es una de las bazas de estas empresas desde el comienzo del desarrollo de sus productos y, conforme la economía impulsada por API (interfaces de programación de aplicaciones) gane inercia, les será más fácil crear un ecosistema que vaya más allá de los pagos y servicios financieros para proveer una solución única que permita la propuesta, búsqueda, adquisición, pago y envío de productos o servicios.
Con todo, los GAFA (Google, Amazon, Facebook, Apple) y similares están acostumbrados a operar en marcos poco regulados y se resisten a entrar en la industria bancaria, altamente fragmentaria y compleja. De esta forma, prefieren establecer alianzas con los bancos con el fin de evitar competir con ellos en unos servicios en los que estos tienen las ventajas de la experiencia y el acceso a redes de pago tanto tradicionales como alternativas. Al mismo tiempo, esta estrategia les permite esquivar la necesidad de mantener una costosa infraestructura.
En definitiva, estamos ante la crónica de la muerte anunciada de la banca, que fue proclamada erróneamente. Estos nuevos actores que están llegando no buscan en ningún caso acabar con los bancos, sino más bien competir con un nuevo modelo de negocio.