“Si tienes el correo electrónico en tu móvil, terminarás antes de trabajar y disfrutarás de más tiempo libre”. Recuerdo con claridad aquellos primeros anuncios de la BlackBerry. Un joven risueño y placentero se sentaba en un vagón de metro camino de su oficina. En el trayecto del suburbano accedía a su correo electrónico, revisaba sus mensajes y respondía convenientemente a cada uno de ellos. Todo ello con tal rapidez y acierto que al finalizar el viaje ya había resuelto sus tareas diarias. No era necesario ir a la oficina. El joven audaz cambiaba su destino y concluía el resto de la jornada disfrutando de la paz de un ameno parque, vestido con traje, pero liberado de su corbata.

Se acrecienta el temor a que la IA genere desempleo y se aviva el discurso de un ingreso básico universal que nos sustente

O bien este joven tenía poco que hacer o bien el anuncio era irreal. El tiempo nos ha descubierto que era lo segundo: el anuncio era una mentira. Actualmente disponemos de todas nuestras herramientas de trabajo en el móvil: correo electrónico, paquetes ofimáticos (“ofimático”, ¡qué antiguo!), sistemas de comunicación, reuniones virtuales; sin embargo, no parece que nuestras jornadas de trabajo sean menores. La razón es clara: la dirección por objetivos significa que, si cumples tus objetivos, ya se encargarán de ponerte otros nuevos; si eres capaz de responder tus correos en el trayecto del metro, ven a la oficina que te daré nuevos correos.

La tecnología altera seriamente el trabajo. Esto ha ocurrido desde que se inventó la palanca o la polea, y se necesitaban menos personas para mover un bloque de piedra. Ahora la situación parece más alarmante en virtud, o vicio, de la inteligencia artificial. El último informe de la OCDE sobre el futuro del trabajo indica que el 14% de los trabajos corre el riesgo de ser automatizado, lo cual no es poco, si bien supone un porcentaje mucho menor que lo expresado por otros informes. Además, dicho informe no vaticina un desempleo masivo por la automatización. Sus conclusiones son alentadoras, pero es un análisis de la era previrus.

En estos tiempos coronados la situación ha cambiado en cuestión de meses. La reclusión hogareña y el cierre físico de los negocios ha incrementado la digitalización de la actividad. En particular se está potenciando el uso de la inteligencia artificial, ya sea para ganar eficiencia, y reducir costes, para generar negocio, principalmente con big data y machine learning, o bien, unido a la robótica, para realizar tareas en el mundo físico y evitar contagios.

Se acrecienta el temor a que la inteligencia artificial genere desempleo y se aviva el discurso de un ingreso básico universal que nos sustente. El mensaje atrae, porque es bonito y simple: que las máquinas trabajen, y así nosotros ociamos. Nuevo anuncio BlackBerry. La idea tiene sus defensores y detractores. Recientemente el cofundador de Twitter, Jack Dorsey, ha donado tres millones de dólares para un programa de ingreso básico en 16 ciudades de Estados Unidos; en nuestro país se ha implantado el ingreso mínimo vital, movido quizá no tanto por la inteligencia artificial. Por otro lado, Calum Chace, experto en inteligencia artificial, argumenta que el concepto ingreso básico universal contiene tres palabras de las cuales al menos una no es buena. En todo caso, vaticina que la inteligencia artificial cambiará la economía, y eso parece indudable.

El mensaje atrae, porque es bonito y simple: que las máquinas trabajen, y así nosotros ociamos

La tecnología nos cambia la vida, pero ahora la situación no ofrece una perspectiva halagüeña. En el anuncio de la BlackBerry el mundo aparecía feliz a causa de la tecnología; ahora aparece vacío (de trabajadores) por la misma razón. Una misma causa, pero distinta consecuencia: en el primer caso la tecnología parece que “nos ayuda”, en el segundo, parece que “nos suplanta”. Con independencia de la validez de un ingreso básico universal, el matiz entre una consecuencia y otra no depende de las máquinas, sino de nosotros.